domingo, 26 de febrero de 2012

CAPÍTULO XV: Procesos selectivos, funcionariados y otros secretos municipales.

XV
PROCESOS SELECTIVOS, FUNCIONARIADOS Y OTROS SECRETOS MUNICIPALES

         Le pedí a Amira que me invitara a comer con ella y Álvaro en su casa, con la excusa de enseñarme por fin su colección de instrumentos musicales del mundo. Primero porque con el jaleo de los últimos días no me había dado tiempo de traer nada preparado de casa de Paz, y segundo porque quería aprovechar para contarle con detalle por qué había bajado con Antonio al depósito. Por cautela, le conté la misma versión que a todos los demás. Que había encontrado la pintada por casualidad, ordenando revistas y periódicos viejos. Decidí obviar toda la parte de los detectives nocturnos Paz y Dani. Aunque, pensándolo bien, alguien como ella, capaz de estar esperándome muerta de frío en un descampado de madrugada para evitar un intento de asesinato cuyo único fundamento se basaba en una conversación telefónica de la jefa, podría entender perfectamente que Paz y yo hubiéramos acudido también de madrugada al depósito de la biblioteca con el fin de encontrar algo relacionado con las brujas de Daraquiel.
            Después del almuerzo, volvimos al trabajo, un poco antes de lo habitual para poder estar los dos tranquilos antes de que llegara la marabunta de niños aburridos de estar en casa o en el parque y adolescentes con las hormonas desbocadas que acudían en manada a la biblioteca, por ser una de las pocas opciones de ocio que el pueblo les ofrecía. Más atraídos por la posibilidad de conectarse al tuenti en alguno de los ordenadores y poder colgar las alarmantemente sensuales fotos que se habían echado por la mañana en los espejos de los baños del “insti”, que por pasar la tarde inmersos en una interesante lectura o consultando documentación para algún trabajo académico.
-Igual que te dijo Antonio, yo también me puedo imaginar de quién es esa frase –Amira contemplaba apenada la pintada del depósito y mientras acariciaba las letras sobre la pared con una desconcertante delicadeza, pareció estar a punto de llorar–. ¿MariCruces nunca te ha hablado de María José, verdad?
-No –respondí yo–. ¿Quién era?
-¿Era? ¿Crees que ha muerto?
-No, no, Amira, ya te digo que no tengo ni la más mínima idea de quién es. MariCruces nunca me ha contado nada de ella.
-En realidad yo no coincidí mucho con ella. Sólo el tiempo que pasó desde que empecé a trabajar aquí hasta que convocaron definitivamente la plaza de técnico, que al final se llevó Leo.
Nunca había querido indagar mucho sobre el tema, aunque sí que me despertaba cierta curiosidad. Tomé posesión de mi plaza en Daraquiel con algo de temor por la idea de no ser bien recibido al venir de fuera. Y aunque después muchas personas me demostraron que esa hostilidad no era tal, sí que notaba cierto desprecio por parte de otras. Por eso decidí que lo mejor era no saber demasiado. Ni yo preguntaba más de la cuenta ni los demás me contaban nada concreto. Ni siquiera MariCruces. Los datos que tenía eran, pues, fragmentarios e inconexos. Sólo sabía que en la biblioteca habían trabajado otras muchas personas antes que nosotros tres. En el caso concreto de mi actual plaza, por las cosas que le había escuchado a unos y a otros, tenía entendido que el Ayuntamiento la había estado cubriendo con contratos temporales mediante bolsas de trabajo. La de Leo también sé que la consiguió después de obtener la nota más alta de la oposición y de conseguir la máxima puntuación en la fase de concurso. O al menos eso era de lo que él se jactaba siempre, sin que nadie le hubiera preguntado. De que a pesar de estar como personal laboral, había tenido que superar un proceso selectivo tanto o más difícil que el de funcionarios como yo o Amira. Supongo que por ese gran esfuerzo que le había costado semejante logro consideraba que ya no tenía nada más que demostrar y que podía limitarse a calentar su silla de trabajo.
La mayor incógnita estaba, quizá, en el proceso por el que Amira consiguió su plaza. Creo que nunca había reparado en ello porque la veía tan integrada y tan conocedora de todo lo relativo a la biblioteca que pensaba que estaba ahí de toda la vida, desde que existía la biblioteca de Daraquiel, a pesar de su juventud (Amira sacaría, como mucho, dos o tres años a mis recién cumplidos treinta y uno) y de que tampoco era daraquieleña. Datos, que ahora que lo pensaba, sí que eran un poco llamativos.
Quizá había llegado el momento de preguntarle al respecto.
-Porque tú, Amira, ¿cuánto tiempo llevas en la biblioteca?
-Unos siete años, creo. Soy muy mala para las fechas. ¿Por qué?
-No,  por saber… Y antes de ti, ¿sabes quién había?
-Sí –tomó aire–, María José.
-Ajá… y… ¿antes de Leo?
-María José también.
No entendía nada.
-Y antes de que yo llegara, ¿quién estaba en mi puesto? –pregunté de nuevo, para intentar aclararme.
-Pues durante dos años o así, cada tres meses, una persona distinta. El último fue Jesús.
-Eso era porque los iban llamando de la bolsa de trabajo, ¿no?
-Exacto –Amira se sentó–. Creo que aún me puede dar tiempo de fumar un cigarro –sacó el paquete y se puso a liarlo mientras seguía con el relato–. A los que iban llamando de la bolsa los contrataban durante tres meses y luego a la calle, y entraba el siguiente. Para nosotros era un poco rollo porque siempre teníamos que andar explicándoles todo y cuando por fin la persona se iba haciendo con el trabajo, tenía que irse. Además, que te encariñabas y luego te daba pena. Así estuvimos hasta que se agotaron todos los candidatos de la bolsa. Ya te digo, unos dos años o así. Fue entonces cuando la jefa movió los hilos necesarios en el Ayuntamiento para que convocaran la plaza con carácter definitivo. Y entraste tú.
-Y… antes de esos dos años… ¿quién ocupaba mi plaza? –pregunté, esperando escuchar el mismo nombre.
-Pues sí –o mis pensamientos eran transparentes o topaba con gente muy intuitiva–, la misma persona que estás pensando: María José. Estuvo trabajando más de veinte años en la biblioteca.
-Pero… ¿entonces? ¿Optó por las tres plazas que ahora tenemos Leo, tú y yo y no consiguió ninguna a pesar de haber estado trabajando aquí tanto tiempo?
-Eso parece –respondió, mientras daba la primera calada.
-Qué putada, ¿no?
-Pues sí. Debió serlo. Sobre todo, después de leer este mensaje en la pared –no tardó en brotarle la primera lágrima. Amira era muy sensible al dolor ajeno.
-Pero… ¿la jefa tenía algo en contra de ella? ¿O alguien del Ayuntamiento?
Amira se encogió de hombros, terminó su cigarro y anunció apesadumbrada:
-Tenemos que abrir ya.
Desde fuera se escuchaba el jaleo de una jauría ansiosa esperando que el reloj marcara la hora para poder entrar a devorarnos. Aterrador anuncio, como todas las tardes, de la difícil e interminable jornada que aún nos quedaba por delante.


1 comentario:

  1. -Qué putada, ¿no?
    -Pues sí. Debió serlo. Sobre todo, después de leer este mensaje en la pared

    Javi: "debió de serlo". indica posibilidad, no obligatoriamente "debió serlo" ¿ok?

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