miércoles, 5 de diciembre de 2012

CAPÍTULO XXXVII: Sin ganas ni fuerzas.

XXXVII
SIN GANAS NI FUERZAS.

            Procuro olvidarte siguiendo la ruta de un pájaro herido.
Procuro alejarme de aquellos lugares donde nos quisimos.
Me enredo en amores, sin ganas ni fuerzas,
por ver si te olvido.
Y llega la noche y de nuevo comprendo que te necesito.

            Primer paso para olvidar al amor perdido: poner tierra de por medio y cortar todo contacto con el susodicho. Cumplido solo a medias. Los kilómetros sí que estaban. Unos setecientos más o menos, forzadamente obligados porque aunque en principio me planteara seguir yendo a Barcelona para las clases cada dos semanas, terminé desechando la idea y esperar un poco para sentirme con más fuerzas. Ya vería qué haría con la universidad. Pero lo de no hablar con él no fui capaz. Me autoengañaba pensando que necesitaba saber cómo estaba, cómo le iban las cosas; no podíamos ser dos desconocidos de repente. Y le seguía llamando para amenizar sus guardias, “como amigo”. Preguntándole por sus cosas, contándole las mías. Por lo menos una vez a la semana, aunque cuando llevaba tres o cuatro días sin saber nada de él caía algún que otro whatsapp. ¿Qué tal? Bien ¿Y Dante? Siempre había algo por lo que preguntar, algún motivo por el que decirle algo. Aunque fuera por sentir que todavía teníamos algún tipo de relación. Migajas de amor. Él me respondía cordialmente y hasta a veces era quien iniciaba las conversaciones sin darse cuenta de que inconscientemente despertaba en mí una falsa esperanza. Seguía necesitándome de alguna manera, idiota interpretación de lo que no era más que un sentimiento lastimero por su parte.
            Segundo: revalorizarse a uno mismo. Porque yo lo valgo, y no porque no hubiera sido capaz de retenerle a mi lado. Dejar de sentirme el responsable de la ruptura. Que no le había dado ni suficiente sexo ni de suficiente calidad, que había sido un compañero aburrido, me dormía siempre en las películas, mi trabajo era poco excitante, el tipo de vida que podía ofrecerle era muy simple, tenía poco dinero, no sabía bailar, no estaba bien musculado, mi fondo de armario se aproximaba más a lo grunge que a lo fashion, habían faltado besos y muchos te quiero, detalles diarios, magia, poesía… En definitiva, no valía la pena seguir conmigo. Pues no. Tenía que pensar que soy guapo, soy listo y otras muchas virtudes que por entonces no sabía ver, que podría estar con quien quisiera. Él se lo pierde. Intentado, pero estrepitosamente fallido. Inútil ademán de ir de shopping, superficial pero a veces efectivo método para subir la autoestima. No en este caso. No rellenaba ningún pantalón, y lo digo literalmente porque puestos me quedaban exactamente igual que colgados en la percha. Dicen que los espejos de los vestuarios tienden a un efecto óptico de estilizar para que el cliente se vea mejor. Para mí esa estilización rozaba la escualidez. Siempre he sido de constitución delgada, pero nunca se me habían marcado tanto las costillas ni las facciones de pómulos cadavéricos.
            Tercer paso: rehacer nuevas rutinas. Aprender a vivir pensando en uno. Cocinar platos individuales, hacer planes sin contar con él, readaptarme a vivir en un piso compartido. Los meses en casa de Paz no contaban porque habían sido algo claramente temporal. Pero lo de ahora se preveía como una realidad a más largo plazo. Mis nuevos compañeros, un estudiante frente al que dejaba de sentirme joven  y un informático friki que se pasaba las horas delante del ordenador, habitaban órbitas totalmente opuestas a la mía. Una coexistencia bajo el mismo techo que nada tenía que ver con lo que compartí antaño con Anna y Jenny. Estanterías repartidas en nevera y despensa, habitaciones infranqueables. Micromundos distantes que se cerraban tras puertas con pestillo. Frialdad y soledad en una estancia impersonal en la que no conciliaba el sueño. Noches en vigilia donde comprendía que le seguía necesitando. Que para mí no había sido suficiente. Recuerdos, frustraciones, sentimientos y dolor, mucho dolor. Largas jornadas nocturnas que intentaba matar forzando el siguiente y último paso.
            Cuarto: el mar está lleno de peces. A rey muerto, rey puesto. Un clavo saca otro clavo. Tocaba tirar otra vez de las webs de contactos y los perfiles en chats gregarios. Guetos virtuales para venderse en la red de redes. Ritual tantas veces repetido hace años. Práctica tan conocida por Juanjo que aún con el vuelco de corazón que sentí al toparme con su perfil, no me sorprendió verlo con foto de su mejor sonrisa y torso descubierto dentro de los grupos para “homosexuales de Barcelona”. Lo peor no fue leer la descripción de lo que buscaba, un prototipo diametralmente opuesto a mí, ni siquiera descubrir que había incluido fotos calificadas de “X” que requerían registrarse para poder ver sino tener la certeza de que esos perfiles no eran de publicación reciente. De terminar de verificar con todo el dolor de mi corazón –literalmente– que habíamos estado viviendo realidades paralelas, interpretaciones irreconciliables de lo que suponía la pareja para cada uno de nosotros.
            Superada una nueva llantera que casi acaba en ataque de ansiedad, bien entrada ya la madrugada, fui emulando cada uno de los pasos previos necesarios para poder empezar a contactar con otros hombres que supuestamente buscaban lo mismo que yo. ¿Otro Juanjo? ¿Una nueva oportunidad? ¿La de verdad? ¿Sublimar la pérdida? ¿Sentir que todavía podía resultarle atractivo a alguien? Elección de una foto sugerente, una de cara y otra de cuerpo, un texto estándar en el que presentarse, una descripción del tipo de persona y de relación que buscaba. Qué difícil. Qué pocas ganas. Mercenarios de la necesidad de compañía enmascarada en búsqueda de sexo sin complicaciones ni compromisos.
            Todo listo para empezar a buscar caras que me dijeran algo (o que se parecieran a la de Juanjo), cuerpos que me excitaran tanto como el de Juanjo o palabras que me recordaran a la forma de ser de Juanjo.

            DANI31 acaba de iniciar sesión.
            DANI31_ ¿Hola?

            QUERU32_¡Hola! ¿Qué tal? ¿De dónde?

            No recordaba muy bien en qué momento tocaba preguntar que qué es lo que se buscaba, que cuánto te medía, que si eras activo o pasivo o si tenías sitio para quedar. Y tampoco sabía si dar toda la información real desde el principio o intentar asegurarme de ganarme antes cierta confianza. ¿Cómo lo haría Juanjo para haberse ganado esa amplia cantera de amigos que después de haberme dejado reconocía que podría empezar a ver como algo más? ¿Y si me encontraba a alguien de Daraquiel?
            Torpe y desentrenado cortejo que quise iniciar con una conversación trivial que no terminara necesariamente en cita sexual. El tal “Queru32” también parecía dispuesto a ello.

            DANI31_¿Y eso de “Queru”?

            QUERU32_Mi nombre… El diminutivo, vamos.

            DANI31_¿Queru?

            QUERU32_¿Me prometes que si te lo digo no vas a dejar de hablarme?

            DANI31_Jajaja… ¿Por qué dices eso?

            QUERU32_Mis padres fueron muy… originales… al elegir mi nombre.

            DANI31_¿Cómo te llamas? ¡No te hagas más de rogar!

            QUERU32_No lo has prometido…

            DANI31_Vaaaale… Prometido…

            QUERU32_Queru de Querubín. Me llamo Querubín. Recuerda lo que acabas de prometer…

            DANI31_Es coña, ¿no?

            ¡Vaya! ¿quién me iba a decir que terminaría la noche hablando con un tierno espíritu celeste con cara regordeta y tantas veces reproducido en detalles de la Madonna de Rafael?
            ¿Y si era verdad que todavía podía conocer a alguien más?



           

sábado, 1 de diciembre de 2012

CAPÍTULO XXXVI: Ilusiones malogradas.

XXXVI
ILUSIONES MALOGRADAS.

            Camino al fracaso. Destino que debió quedarse en el recuerdo del lugar al que no regresar. Senda que nunca se ha de volver a pisar. Daraquiel se presentaba ante mis ojos como la ruina de todos mis proyectos, ilusiones malogradas. El corazón me palpitaba como si se me fuera a salir del pecho y un rubor encendido me recorría de pies a cabeza. Cada paso adelante suponía un retroceso.
            Hacía un fantástico día, decadencia burlona con el verde encendido de sus campos manchegos, sus rojas amapolas y su trigo resplandeciente en un luminoso mes de mayo. Los jornaleros seguían con su incansable quehacer diario, las mujeres se dirigían al cementerio con sus flores y sus paños húmedos para limpiar las lápidas de sus difuntos y los camiones iban descargando sus mercancías en una ordenada cadena humana. Todos ajenos a mi abatimiento. Todo en su habitual rutina diaria, indiferente a mis insignificancias y a mis tres meses de ausencia.
Intentaba disimular con una teatral sonrisa y amagos de amables saludos.
            -¡Hombre, ya ha vuelto Usted, Don Daniel! ¿Qué tal ha ido?
            -Muy bien, Don Benancio. Gracias. Ya estamos de vuelta.
            -¡Hala! ¡Pues con Dios!
            De manera inconsciente, iba ralentizando el paso conforme avanzaba a la biblioteca. No quería llegar. No sabía qué me iba a encontrar, qué iba a decir, cómo me iban a recibir y, sobre todo, no sabría con qué Justina me iba a encontrar. Temía que mi tiempo de ausencia me hubiera hecho perder mi sitio, que no poco me había costado conseguir, y que tuviera que empezar a ganármelo de nuevo. El odio de la jefa seguiría inalterable, o quizá engrandecido, porque ella sería también de las que pensaban que yo ya no regresaría nunca y que la sumisa María José no volvería a ser sustituida por el rebelde Dani, ganador a pulso de su deseo de asesinarme, según vaticinó la propia Amira antes de irme. O, peor aún, ser ella quien me echó el mal de ojo que pronosticó la pitonisa de la Isleta del Moro.
Desvaríos aparte, regresaba un Dani algo temeroso, por unas cosas u otras, sin ningunas ganas de más disputas, cansado de ser el líder de las reivindicaciones y dispuesto a sobrellevar la condena de la vuelta pasando lo más desapercibido posible, sin pretensión alguna de más jaleos. Ya no tenía que luchar por hacer uso de mis días libres para ir a ver a un Juanjo que había decidido apartarme de su vida. Resignado, pues, a asumir las injusticias y abusos de poder de la jefa con la boquita cerrada, en un intento desesperado de que los días pasaran con la mayor rapidez y tranquilidad posible. Acatando las órdenes que hubiera que acatar, sobrepasaran o no los límites de lo establecido en los convenios de los trabajadores. Había perdido la batalla y no me quedaba más que volver con la cabeza gacha y el rabo entre las piernas, con el orgullo escondidito en el mismo sitio donde quedaron almacenados mis últimos delirios de grandeza.
            Darío, en cambio, opinaba todo lo contrario, y esperaba mi regreso como quien recibe la llegada del cabecilla de una gestada revuelta en contra del caciquismo de la déspota directora.
            -¡Por fin, Dani! ¡No sabes lo feas que se están poniendo las cosas por aquí desde que te fuiste! La Clinton ha tomado el poder absoluto y nos está haciendo la vida imposible a todos. MariCruces ha estado de baja de los nervios y Amira anda de médicos por unas fuertes jaquecas que le han dicho que pueden ser por estrés. María José y Leo son sus súbditos y con ellos hace y deshace a su antojo. A mí me tiene amargado. Tenemos que hacer algo ahora que has vuelto, Dani –supongo que Darío reparó en que no me había preguntado en ningún momento por mi–. ¿Y tú? ¿qué tal? No tienes buena cara, estás muy delgado… El jet lag, ¿no? –y empezó a reír.
            Pobre, si supiera que estaba deseando pegarle una fuerte patada en la boca para que se callara de una puta vez, seguramente ni se habría dirigido a mí.
            -Sí, Darío, vuelvo algo cansado. Las cosas no han salido del todo como esperaba –no iba a entrar en detalles, a pesar de que sabía que era la esperada comidilla de todo el edificio de cultura -¿Y la jefa? ¿no está?
            Con una mueca burlona, Darío respondió:
            -No, ha ido a tomar café, o al médico, o acompañar a la madre… Ya sabes, sus cosas…
            Pues sí. Aparentemente todo seguía como siempre. María José parecía haber respetado mis aportaciones a la biblioteca: manteniendo secciones, carteles, recomendaciones, estética de las presentaciones, distribución de las películas y cds. Aunque, eso sí, había añadido notificaciones que yo nunca hubiera puesto o que hubiera redactado de otra forma. Por ejemplo su “Se exige silencio absoluto” yo lo habría puesto como “Por favor, respetemos el estudio y mantengamos un moderado silencio”; aunque a fin de cuentas el caso que hubieran hecho tanto con un cartel como con el otro hubiera sido exactamente el mismo: ni el más mínimo.
            Algunos parecían alegrarse al verme, otros me miraban con cierto desprecio y los más indiscretos me preguntaban con un descarado retintín:
            -¿Qué? ¿otra vez de vuelta, no?
            Señoras llenas de sarna y maldad:
            -¿Tú por aquí?¿no te habías ido a Barcelona?
            Amira llegó para calmarme en el momento justo. Cuando me disponía a sacar mi sierra para degollar a más de cien. Antes de convertirme en el funcionario asesino que las hubiera disuelto en lejía a todas, matándolas a sangre fría y enterrándolas enseguida; me desmoroné llorando como un niño chico acurrucado en los brazos de Amira mientras ella me daba unas palmaditas en la espalda y le pedía a la gente que por favor nos dejaran solos un rato. Algo que, por supuesto, provocó el murmullo generalizado y aumentó el deseo de conocer los detalles más escabrosos de mi vuelta al pueblo. Aunque tenía la impresión de que la mayoría ya sabía por dónde iban los tiros. El mariquita abandonado por su amigo-novio después de haber intentado irse a vivir con él a Barcelona, sin saber que el  otro ya tenía su vida más que hecha allí. Qué patético. Pobre imbécil.
            El morbo y las elucubraciones estarían servidas durante días. Con una invención de allí, una reinterpretación de acá y alguna aportación propia, la historia daría para mucho. Muy a mi pesar, volvía a ser el chisme en corralones y sobre todo en las colas de la biblioteca, en pacientes esperas para contemplar el espectáculo en directo.
            A pesar de aquellas minucias, como decía, todo seguía más o menos como siempre. Pocas adquisiciones por el escaso presupuesto y la oficina más desordenada de lo normal por un Leo que parecía estar hasta arriba de trabajo al haberle delegado la jefa a él todas las tareas que antes nos repartíamos entre todos. El papel de María José, según me contaba Amira, era el de secretaria particular de Justina, veme a por esto, tráeme aquello, ordéname esto y demás.
            El temido reencuentro llegó, sorprendentemente, por su parte. Fue la jefa quien se acercó a saludarme mientras yo ordenaba las estanterías de consulta y referencia. Posando su fría mano en mi hombro y dedicándome una sonrisa tan inusual como sospechosa, me dijo:
            -Buenos días, Daniel. Bienvenido. ¿Qué tal te ha ido todo?
            -Hola, Justina –tartamudeé–. Bien, gracias –de la misma impresión tiré dos de los volúmenes de la Summa Artis.
            -Tranquilo, no te asustes, sabes que aquí no tienes nada que temer. Estás en tu casa.
            Solo le faltó la maléfica carcajada de madrastra de BlancaNieves mientras se alejaba con pasos lentos y arrastrados hasta su oficina.    
     

             


viernes, 23 de noviembre de 2012

CAPÍTULO XXXV: Volver.

XXXV
VOLVER.

         Yo adivino el parpadeo
de las luces que a lo lejos
van marcando mi retorno…

...bajo el burlón mirar de las estrellas
que con indiferencia hoy me ven volver…

            Me faltaba un último destino al que volver antes de incorporarme al trabajo. Tierra natal apenas visitada en los últimos meses, galana cortejada por dos novios “prendaos” de su talle. Olor a sal, brisa marinera, puerto en luna con su “vestío bordao” de espuma.

            Sé que las cosas duelen cuando no se tienen.
            Sé que mi corazón deja de sentir cuando tú no estás.

            Reencuentro con los amigos de siempre y con la familia, apoyos incondicionales. Pero antes parada previa en la ciudad que enamora al cielo para vestirlo de azul, oliendo a azahar, con duende, morenita y gitana. Para ver a otra amiga, para seguir insuflando algo del ánimo perdido. Natasha y su serenidad. Persona estable y con los pies en el suelo. Modelo de actitud ante la vida. Constancia y seguridad en una mujer fuerte, honesta, cariñosa y segura de sí misma que, como siempre, estaba dispuesta a escucharme y a prestarme su hombro para llorar. Mi huequito siempre reservado en su corazón. Y en su apretada agenda.
Mirada limpia y palabras consejeras, de una grandeza tan humana que era capaz de mantener una estrecha relación de sincera amistad con un ex que le había hecho tanto daño como Juanjo a mí. Reto inalcanzable para mucha gente pero desafío que yo también quería conseguir. Testimonio y ejemplo.
            -Tienes que seguir con tu vida, Dani. Aunque ahora sientas que no vas a poder, podrás –me decía mientras daba un sorbo a su chato de cerveza.
            Me estaban sabiendo a gloria la carne en salsa, el calabacín relleno con pasas y piñones y el queso de cabra con mermelada de frambuesa que aderezaban la conversación. Bendito tapeo. Bocados de placer. Comida caliente, bien presentada y en buena compañía para abrir el apetito de un estómago que se desanudaba por una noche. Cuánto echaba de menos estos momentos, añorados tanto en Barcelona como en La Mancha. Cuánta necesidad de volver.

            Volver,
con la frente marchita,
las nieves del tiempo…

            Pero el viajero que huye
tarde o temprano detiene su andar…

            Otra noche que se alargó hasta la madrugada. Otro amanecer trasnochado. Natasha iría a trabajar sin apenas haber dormido y yo seguiría restando horas de sueño a un cuerpo que iba resintiendo el cansancio acumulado. En apenas hora y media de coche por fin estaría de vuelta. De vuelta de todo, de vuelta de nada, de vuelta y vuelta.

            …déjame a mi aire,
tú no me esperes levantao.
Quiero cantarle a sus calles,
la playa, el sol y la mar…

            Recibimiento con los brazos abiertos. Mi familia que aún no sabía nada y dos amigos más dispuestos a compartir lágrimas, confesiones y abrazos entre cervezas y copas. Unos recién estrenados empresarios, Nuria y Loren, embarcados en un proyecto que encaminaba la trayectoria profesional de la primera y reorientaba la carrera del segundo; en una valiente iniciativa contra la crisis que les hacía rebosar energía y vitalidad frente al agotamiento físico y mental de los que yo hacía gala. Fieles seguidores además de mi blog, gracias al que –decían– habían conseguido seguirme la pista desde mi desaparición social ya que ese año no había dado señales de vida ni en navidades, que las pasé acompañando a Juanjo en sus guardias.
            Amigos en toda la magnitud de la palabra. A pesar de la distancia y el desplante, que me esperaban para mostrarme su apoyo y arropo en mi delicado momento. Llamando a la puerta de un bar clandestino que siempre estaba abierto, fuera la hora que fuera y el día que fuera. Y es que otra vez nos dieron las tantas.
            -Las mariposas se van. Se sustituyen por otras cosas, por un mimo al llegar a casa después de un día duro, por la seguridad de la incondicionalidad, por la compañía, el cariño… –Loren siempre se explicaba como un libro abierto. Me dio toda la razón al contarles que no me había terminado de valer la explicación de Juanjo cuando me dejó.
            Nuria también hacía balance con sus propias experiencias y concluía en que una relación de pareja exige una lucha continua, que las relaciones que perduran durante años han pasado seguro, más o menos veces, en unos u otros momentos, por situaciones difíciles de dudas y conflictos.
            Les conté todo, hasta lo del trío con Brian. Me desahogué tanto como comprendido y escuchado me sentí. Con la tranquilidad de poder hablar abiertamente, sin tapujos, sin tener que aparentar nada, que solo se tiene con la gente de confianza.
            Aunque no quería que la noche acabara nunca, el alba llegó para recordarnos que la magia terminaba. De vuelta a casa de mi madre fui pensando en todo lo que habíamos hablado, en la mucha gente en que podía apoyarme. Incluso en que aquello podía ser una oportunidad para redescubrir y revalorizar cosas y personas que, en cierto modo, había dejado de lado. Personas como Nuria y Loren, lejos de distanciadas, cercanas y presentes. Había pecado de no cuidar ni amistades ni familia en los últimos meses, y eso no era culpa de Juanjo sino mía, solo mía. Y a pesar de eso, tenía la gran suerte de seguir teniéndolos ahí. Bueno, allí. En dos días tenía que volver a Daraquiel, y los necesitaba a mi lado más que nunca. A Anna, a Jenny, a Natasha, Nuria, Loren, a mi madre, mis hermanos… El retorno se me presentaba como una empicada cuesta arriba. Por primera vez en mi vida sentí que solo no podría.
            Pensé que caería rendido pero en vez de eso, seguí dándole vueltas a la cabeza cuando me acosté. Por eso se me ocurrió ir a la cocina y rebuscar entre la medicación de mi hermano algún somnífero de esos que le hacían dormir como un ceporro. Necesitaba descansar como fuera y era el último recurso que se me ocurría. Encontré montones de cajas de pastillas almacenadas en un estuche con doble cremallera. Toda clase de psicofármacos con complicados prospectos alusivos a un sinnúmero de efectos secundarios e indicados para varios tipos de trastornos mentales. Tranquilizante-ansiolítico indicado para el tratamiento a corto plazo de todos los estados de ansiedad y tensión, además de trastornos del sueño producidos por sobrecarga, fatiga, sobreexcitación o preocupaciones. Justo lo que buscaba.
Cogí un par de ellas y me las tomé con un trago de agua.

…Que tuve que marcharme
dejando el alma en un lugar
donde ya no vive nadie…     





miércoles, 21 de noviembre de 2012

CAPÍTULO XXXIV (2ª parte): Una ciudad del Norte de Alemania y dos grandes amigas. Sentimientos enfrentados entre viajes de ida y vuelta.

2ª parte.

Anna venía con Yuli. Me recibió con su preciosa sonrisa y se anudó a mi cuello en un fuerte abrazo que yo quise responder con la misma calidez. Estaba como siempre. Espléndida. Aunque tampoco hacía mucho que no la veía. A pesar de vivir en otro país, nos reuníamos como mínimo todas las navidades. El correcto Yuli mantenía su papel de perfecto consorte, conduciendo todo el viaje en coche desde el aeropuerto a su casa sin rechistar mientras nosotros chismorreábamos para ponernos al día en un idioma que él no entendía. Anécdotas sobre el viaje, indicaciones previas sobre las posibles cosas que ver y hacer en Hamburgo, repaso a todas las novedades del grupo de amigos y, por fin, el tema estrella. El quebradero de cabeza con el que, a lo tonto, llevaba martirizándome ya más de dos semanas. Juanjo. La ruptura. Las explicaciones. Las consecuencias y el futuro sin él.
Esperaba poder controlarme, pero el dolor al volver a tocar la herida aún no cicatrizada me hizo llorar una vez más. Anna siempre sabía ofrecer ese refugio, esa caricia, esas palabras alentadoras cuando más se necesitan.
-Intenta quedarte con lo bueno. Nunca es tiempo perdido si ha habido cosas que han merecido la pena –me decía.
Claro que había cosas que habían merecido la pena. El problema es que ahora estaban ensombrecidas ante la duda de una traición premeditada.
La casa de Anna y Yuli aunaba ese punto entre bohemio y moderno propio de moradores inteligentes y con mundo. Objetos de distintas nacionalidades, no demasiados muebles ni adornos y detalles únicos para el acogedor pisito en el céntrico barrio de St. Pauli de una pareja joven y bien avenida como ellos. Sin alardes. Con sencillez y sinceridad. Cosas que, por más que me doliera reconocerlo, nos habían faltado a Juanjo y a mí desde el principio.
Cerveza Radeberger, unos cigarrillos hechos con tabaco de liar y cacahuetes. Todo listo en la mesa de la cocina para continuar con una larga sesión de metafísica conversación sobre las relaciones humanas en general y las de pareja en particular. Después, paseíto por la ciudad aprovechando el agradable e inusual sol que lucía intermitentemente entre bancos nubosos y a veces lluviosos.
La Reeperbahn o el “Barrio Rojo de Hamburgo” con sus luces de neón, sex-shops, locales de alterne y streptease, todo un mercado del sexo concentrado en una de sus calles con siglos de herencia, en respuesta a la gran actividad portuaria de la ciudad. Bloqueada del tránsito y de la vista desde calles aledañas por grandes vallas publicitarias y señales que prohíben la entrada a los menores de 18 años y a las mujeres (salvo a las prostitutas expuestas desnudas en sus vitrinas, claro). Aunque, técnicamente, según me contaba Anna, es una calle pública por la que cualquiera podría pasar. Todo ello en armónica convivencia con estudiantes, trabajadores, inmigrantes y profesionales a los que el barrio también ofrecía restaurantes, clubes, discotecas y bares, como uno de los centros de la vida nocturna de la ciudad.
Después de la típica foto de turista con Los Beatles en la Beatles-Platz, avanzamos hacia la plaza del mercado, con su impresionante Ayuntamiento. Arquitectura neo-renacentista coronada por una alta torre cuyo tejado, como el del resto del edificio, queda cubierto por láminas de cobre que, con el paso de los años, ha adquirido un característico color verdoso. Tonalidad repetida en los remates de otras torres de la ciudad, convirtiéndose en uno de sus iconos urbanísticos.
Terminamos la jornada sentándonos en uno de los bancos de otro de los indudables atractivos turísticos de la ciudad: el Puerto. Recorrido por numerosos canales, que en algunas guías turísticas le hacen valer el apodo de “la Venecia del Norte”, deja a sus lados los antiguos almacenes donde en su día se descargaban las mercancías de los barcos y que ahora se estaban rehabilitando para viviendas y otros usos.
En algunos momentos, me sentí como el periodista que acompaña al protagonista de Españoles por el mundo mientras Anna me iba contando todos los entresijos y curiosidades de la ciudad donde había decidido vivir. Acertada fuga de cerebro ante el cada vez más desesperanzador panorama español de crisis. Se le veía tan desenvuelta andando por sus calles que no cabía la menor duda de que había sabido aprovechar todas y cada una de las posibilidades que ésta ofrecía. Siempre había sido una persona resuelta y curiosa, con una inagotable inquietud vital.
-El problema es que no sé qué pensar para ordenar mis sentimientos, Anna. No sé muy bien qué es lo que ha fallado –yo seguía con mi cansina cantinela.
-Piensa en los buenos momentos de estos cinco años. Que los ha habido. Y quédate con eso. Él no te ha sabido dar una explicación clara porque seguramente no la haya. A veces, las cosas se terminan. No te fustigues buscando culpabilidades ni en él y, mucho menos, en ti.
Analítico en exceso como soy, aceptaba el buen consejo pero no podía terminar de llevarlo a cabo. Pensaba que para aprender de la experiencia y reponerme necesitaba clarificar un porqué.
Por la noche, salimos a cenar también con Yuli y unos amigos de ellos. Luego fuimos a una fiesta en un local okupa de “cultura alternativa” donde se celebraban toda clase de eventos. En aquella ocasión, tocaba una fiesta de reivindicación –o algo así fue lo que pude deducir después de un buen rato sin entender nada– organizada por un grupo de lesbianas feministas radicales que manifestaban su deseo de ser como hombres. Quise entender que en el sentido de igualdad de derechos aunque por la vestimenta y el look de más de una cabría pensar en un fuerte anhelo incluso de envidia fálica. Lo digo también por la “creación” que estaban “promocionando” en la fiesta, objeto de sorteos entre las participantes y protagonista de las fotografías proyectadas en la pared del escenario. Mujeres meando de pie como hombres en cuartos de baño de bares, en parques públicos, entre dos coches, en jardines, con total comodidad gracias al invento de la urinella, pintoresco utensilio en forma de embudo que redirige el orín hacia el frente en vez de hacia abajo permitiendo a su usuaria evitar la postura del águila en cuclillas, adoptada la mayor parte de veces al usar un baño público.
Cócteles caseros servidos en vasos de plástico, pastelitos de especias y marihuana, mobiliario vintage, crestas de colores, piercings, camisas de cuadros, grafitis en las paredes, Anna, Yuli y sus amigos componían el peculiar escenario que consiguió hacerme olvidar a Juanjo por unos instantes. Cesar en la agotadora tarea de análisis y posibles hipótesis de las causas de su fin y disfrutar momentáneamente de las otras muchas cosas que la vida que seguía continuaba ofreciendo. Espejismo roto desde que me tumbé en el sofá-cama que Yuli y Anna habían preparado en su casa para mí. Para no dormir en otra larga noche de insomnio.
El nuevo amanecer prometía regalar, aún con la amenaza de algún que otro chubasco, agradables momentos de sol para volver a salir a la calle y pasear. Además, el día brillaba todavía más sabiendo que íbamos a la estación de tren a recoger a Jenny, otra gran amiga con la que Anna y yo vivimos el que seguramente fuera uno de nuestros mejores años de universidad. Compartiendo no sólo el alquiler de un piso de estudiantes sino toda una relación de confidencias, complicidades, juergas y llantos, además de un intercambio lingüístico del que, a la vista estaba, Anna había salido mucho más instruida que yo. Jenny no vino desde Alemania con una Erasmus como en principio nos hizo creer. Había estado trabajando un año entero para ahorrar el dinero suficiente que le permitiera cumplir su sueño de conocer España y aprender además de su idioma, su cultura y su forma de vida. Independientemente de planes de estudio, quería vivir su propia aventura y aprender el “lenguaje de la calle”.
Anna y Jenny se veían siempre que podían. O la una iba a la ciudad de la otra o al revés. Y esta vez la ocasión de mi visita era la excusa perfecta para matar dos pájaros de un tiro y reencontrarnos después de más de dos años. Fue por eso que me emocioné tanto al verla, y también porque estaba con la sensibilidad a flor de piel. Era como si el tiempo no hubiera pasado, casi una década ya, y volviéramos a ser tres compañeros de piso, bastante inmaduros y con no pocos pájaros en la cabeza. Repetimos bromas de antaño y andábamos por la calle haciendo pamplinas. Fue otro gran momento para no pensar y solo disfrutar.
De vuelta al piso de Anna nos pusimos a cocinar y a hablar de todo un poco, entre cervezas y cigarrillos. Viéndolas hablarse entre ellas alternando el español y el alemán, sentí haber estado perdiendo el tiempo. Empecé con Juanjo al poco de que Anna se fuera a Alemania y era como si desde entonces todos mis antiguos proyectos personales hubieran quedado reducidos a uno. Él. Algo muy romántico. Darlo todo por amor. Una mierda. Algo muy frustrante cuando asumes durante años la mayor parte de responsabilidades y te mantienes pacientemente a la espera de que la otra persona termine por fin sus estudios y pueda encontrar selectivamente el trabajo soñado, para terminar recibiendo una patada en el culo cuando ya le sobras.
Sin darme cuenta, ya estaba monopolizando otra vez la conversación con la misma jodienda.
-Pero… ¿el alquiler y los gastos generales los pagabas tú solo? –me preguntó Jenny.
-Sí… –reconocí con cierta vergüenza– Sus padres le daban algo de dinero o comida cuando íbamos a verlos, pero yo le decía que eso se lo quedara para sus gastos. No me importaba pagarlo yo mientras pudiera con la beca y el trabajo.
Era cierto, y no por una actitud altruista sino porque desde el principio entendí –y creí que él también– la  relación a “bienes gananciales” y si hoy me tenía que sacrificar yo, mañana lo haría él y pasado otra vez yo si hiciera falta hasta que llegara el día en que los dos hubiéramos encontrado “nuestro sitio” y todo ese esfuerzo se viera recompensado. Y porque habíamos decidido irnos a vivir juntos cuando él todavía no era independiente. Con lo que ello implicaba.
-¿Y el piso de Barcelona? –me preguntó Anna.
Volví a agachar la cabeza para reconocer.
-Lo pagábamos a medias.
-El tiempo que has estado viviendo allí, ¿no? –insistió.
-No… Desde que lo cogimos, cuando yo todavía estaba en Daraquiel.
Se produjo un cauto silencio entre las dos.
-¿Y cómo habéis hecho para repartirlo ahora? –intervino Jenny.
-No, ahora lo hemos dividido todo a medias. Los muebles y todo lo que compramos para la casa. Cogimos las facturas y dividimos, porque lo habíamos pagado a partes iguales. Él me va a devolver mi parte.
Ahí sí me sentía seguro de haberlo hecho equitativamente. Aunque no reparé en un detalle que descubrí cuando fui a echar mano de la agenda donde tenía apuntado lo de las reparticiones.
-Bueno… Menos la fianza del alquiler y la comisión de la inmobiliaria… Que también la pagamos a medias, pero eso no se incluyó en los gastos a repartir… No he caído hasta ahora, la verdad. Pero eso es un dinero que se da a fondo perdido, ¿no? Tampoco creo que se lo tenga que reclamar, ¿no?
-Hombre, Dani, no sé… Tú no has disfrutado del piso ni tres meses y ahora se lo va a quedar él. Alquilando además una de las habitaciones para seguir pagando solo la mitad. Y el día que deje el piso, le devolverán la fianza completa –Anna estaba dejando de lado la precaución y empezaba a hablar con total libertad–. Yo creo que tendríais que hablarlo, por lo menos para saber si a él también se le había olvidado o si considera que eso no te lo tiene que devolver porque, como tú dices, fue una inversión a fondo perdido.
Supongo que tenía razón. Aunque fuera por saberlo, por ver cómo reaccionaba cuando se lo dijera. El dinero de una fianza te lo devuelven cuando finaliza el contrato del alquiler, si no hay ningún desperfecto en la casa; y las comisiones de la inmobiliaria, pues se entienden como uno de los gastos iniciales de un piso nuevo. Estaba hecho un lío. Otro tema al que darle vueltas y que volvía a hacer tambalear mis dudas y certezas sobre Juanjo. ¿Qué era realmente justo? ¿era despechado reclamárselo o de gilipollas no hacerlo? Una cosa sí tenía clara, no quería terminar teniendo que acudir a un reality cutre y amañado de telecinco como los actorcillos de segunda, peleándonos a grito pelado en un plató de televisión simulando un falso juicio y esperando el veredicto de otro actor que hace de juez. Así que cuando volviera se lo plantearía para ver su reacción y, entre los dos, dialogar y fundamentar cuál era la solución adecuada. Un reencuentro que se iba aproximando porque el vuelo de vuelta aterrizaba en el aeropuerto de Barcelona y habíamos acordado que echaría noche en el piso para descansar y que no fuera tanta paliza el regreso definitivo a La Mancha.
El día con Anna y Jenny fue, sin grandes espectacularidades, increíble. Terminamos con un pedo importante. Especialmente yo, no acostumbrado como estaba al descomunal tamaño de aquellas cervezas y con el estómago vacío de apenas haber comido durante días. Repanchingados en la cocina del piso de Yuli y Anna, experimentamos la inigualable sensación de reír entre lágrimas y llorar de risa, viendo fotos y releyendo cartas y tarjetas de felicitación.
Por eso y porque al día siguiente teníamos que madrugar mucho para encaminarnos a nuestros respectivos destinos, nos terminamos acostando aunque nos hubiéramos quedado toda la noche de cháchara. Después de varios días, por fin conseguí dormir casi de un tirón aunque solo fueran las cuatro horas mal contadas hasta que sonó el despertador.
Jenny se volvía a casa, Anna tenía que trabajar y yo llegar al aeropuerto a tiempo para coger mi avión. La despedida fue triste, pero con la firme promesa de repetir, en el escenario que fuera y preferentemente en mejores condiciones para poder disfrutar al máximo del viaje. No obstante, les debía a las dos haber podido desconectar en algunos momentos y haberme desahogado. La consecuencia, quizá, había sido una mayor decepción con Juanjo. Necesitaba volver a verle y mirarle a los ojos. Sentía que no podría encontrar en ellos la maldad que las peores hipótesis le achacaban. Que yo fuera el desprendido y él el egoísta no eran motivos suficientes para dejar de quererle. Qué más quisiera que poder odiarle y terminar con aquel desgarrador dolor.
            Todavía tenía las llaves del piso y cuando llegué me recibió un Dante imparcial e inocente pero no del todo ajeno a lo que estaba ocurriendo, a juzgar por su inconsolable lloriqueo. Me lo llevé al Zoo para cenar con Juanjo, que estaba de guardia. Por un momento, sentí que las cosas seguían como siempre y que todo aquello no había sido más que una mala pesadilla.
            Nos recibimos con dos desconcertantes besos en las mejillas.
            -¿Qué tal en Hamburgo?
            Formalismos y cortesías de desconocidos.
            -Bien. ¿Y tú? ¿cómo andas?
            Hice de tripas corazón y para cuando la conversación se fue distendiendo, le saqué el tema de la fianza y de la comisión de la inmobiliaria. Él respondió con un forzado gesto de sorpresa, entre perplejidad y confusión.
            -Pues… No sé, la verdad. No pensé que eso hubiera que dividirlo. Los dos decidimos meternos en el piso… Con todas sus consecuencias… –respondió.
            -Solo quería saber qué opinabas del tema. Si consideras que no tienes que hacerlo, no me lo devuelvas. Con lo de los muebles me apañaré hasta que vuelva a trabajar.
            -Pero si tú crees que te lo tengo que devolver, no te preocupes que lo haré. No quiero tener problemas contigo por temas de dinero. Te lo ingresaré en tu cuenta en cuanto pueda.
            -¿Y de dónde vas a sacarlo, Juanjo?
            -Se lo pediré a mi madre pero, bueno, eso a ti no tiene que importarte.
            Era justo lo que no quería escuchar. La madre de Juanjo siempre había sido un cielo conmigo y bajo ningún concepto quería implicarla en aquello. Máxime sabiendo que eran una familia humilde a la que no le sobraba el dinero.
            Así que terminamos en una discusión por te lo pago no te lo pago que acabó en un “no me lo pagues” por mi parte y un “te lo pagaré” por la suya que, tal y como imaginaba desde el principio, conforme pasó el tiempo, descubrí que no cumplió. Se quedó en un farol que yo tampoco reclamé nunca más.
            Cenando, y en contra de lo previsto, el siguiente encontronazo fue por Dante. Cuando manifesté mi deseo de llevármelo en cuanto aclarara mi nueva situación en Daraquiel y terminara de asentarme.
            -No, Dani, tú me dijiste que me lo quedara yo. Ahora no me lo puedes quitar.
            -No te estoy diciendo que me lo llevo ya. Voy a necesitar un tiempo hasta que me pueda hacer cargo de él porque en un piso compartido no lo puedo meter. Pero mi intención es buscarme algo para mí, donde sí pueda tenerlo conmigo –respondí.
            -Pues no me parece justo. Yo me responsabilizo de él hasta que tú decidas llevártelo. No es justo. Tú dijiste…
            -Juanjo –le interrumpí–, yo te dije que por el momento no podía hacerme cargo pero no dije que te lo cediera para siempre. Te propuse tenerlo por temporadas y no quisiste. Además, entiende que ahora mi situación es más difícil que la tuya.
            La conclusión fue una especie de ultimátum en el que yo tendría que recoger al perro antes de que acabara el verano, a finales de agosto como muy tarde. Otra vez a contrarreloj para arreglar mi situación y tratar de establecerme de una vez por todas.
            Para la despedida parecieron ya aclarados los posibles rencores y dándonos un abrazo nos deseamos lo mejor y manifestamos el deseo mutuo de mantener una relación de amistad.
            -Cuídate. Y come, que te estás quedando muy canijo –me dijo.
            Y otra vez me puse a llorar.
            -Apóyate en toda la gente que tienes. Sé que a ti te va a costar superarlo más que a mí –añadió.
            Nos ha jodido. Era él quien ponía fin a la relación. Qué esperaba.
            Jugarretas del inconsciente me trajeron a la mente aquel primer verano en que nos conocimos, previo a su Erasmus en Lion, cuando unos días antes de partir se me puso a llorar pidiéndome que confiara en él y que le esperara, que por favor no le dejara nunca. Cómo había cambiado la cosa desde entonces. Ahora quien más parecía haber apostado desde el principio por lo nuestro era quien decidía ponerle punto y final, y el que había empezado sin muchas expectativas era el que se sentía morir por estar perdiéndole. Nunca digas nunca. Jamás.

            You know how the times flies.
            Only yesterday was the time of ours lives.
            We were born and raised in a summer haze,
            bound by the surprise of our glory days.

            I hate to turn up out of the blue uninvited
            but i couldn’t stay away, i couldn’t fight it.
            I had hoped you’d see my face
            and that you’d be reminded that for me it isn’t over.

            Never mind, i’ll find someone like you.
            I wish nothing but the best for you too.
            Don’t forget me, i beg.
            I remember you said
            “sometimes it lasts in love,
            but sometimes it hurts instead”.

            Nothing compares, no worries or cares.
            Regrets and mistakes, they’re memories made.
            Who would have known how bittersweet this would taste?