viernes, 23 de noviembre de 2012

CAPÍTULO XXXV: Volver.

XXXV
VOLVER.

         Yo adivino el parpadeo
de las luces que a lo lejos
van marcando mi retorno…

...bajo el burlón mirar de las estrellas
que con indiferencia hoy me ven volver…

            Me faltaba un último destino al que volver antes de incorporarme al trabajo. Tierra natal apenas visitada en los últimos meses, galana cortejada por dos novios “prendaos” de su talle. Olor a sal, brisa marinera, puerto en luna con su “vestío bordao” de espuma.

            Sé que las cosas duelen cuando no se tienen.
            Sé que mi corazón deja de sentir cuando tú no estás.

            Reencuentro con los amigos de siempre y con la familia, apoyos incondicionales. Pero antes parada previa en la ciudad que enamora al cielo para vestirlo de azul, oliendo a azahar, con duende, morenita y gitana. Para ver a otra amiga, para seguir insuflando algo del ánimo perdido. Natasha y su serenidad. Persona estable y con los pies en el suelo. Modelo de actitud ante la vida. Constancia y seguridad en una mujer fuerte, honesta, cariñosa y segura de sí misma que, como siempre, estaba dispuesta a escucharme y a prestarme su hombro para llorar. Mi huequito siempre reservado en su corazón. Y en su apretada agenda.
Mirada limpia y palabras consejeras, de una grandeza tan humana que era capaz de mantener una estrecha relación de sincera amistad con un ex que le había hecho tanto daño como Juanjo a mí. Reto inalcanzable para mucha gente pero desafío que yo también quería conseguir. Testimonio y ejemplo.
            -Tienes que seguir con tu vida, Dani. Aunque ahora sientas que no vas a poder, podrás –me decía mientras daba un sorbo a su chato de cerveza.
            Me estaban sabiendo a gloria la carne en salsa, el calabacín relleno con pasas y piñones y el queso de cabra con mermelada de frambuesa que aderezaban la conversación. Bendito tapeo. Bocados de placer. Comida caliente, bien presentada y en buena compañía para abrir el apetito de un estómago que se desanudaba por una noche. Cuánto echaba de menos estos momentos, añorados tanto en Barcelona como en La Mancha. Cuánta necesidad de volver.

            Volver,
con la frente marchita,
las nieves del tiempo…

            Pero el viajero que huye
tarde o temprano detiene su andar…

            Otra noche que se alargó hasta la madrugada. Otro amanecer trasnochado. Natasha iría a trabajar sin apenas haber dormido y yo seguiría restando horas de sueño a un cuerpo que iba resintiendo el cansancio acumulado. En apenas hora y media de coche por fin estaría de vuelta. De vuelta de todo, de vuelta de nada, de vuelta y vuelta.

            …déjame a mi aire,
tú no me esperes levantao.
Quiero cantarle a sus calles,
la playa, el sol y la mar…

            Recibimiento con los brazos abiertos. Mi familia que aún no sabía nada y dos amigos más dispuestos a compartir lágrimas, confesiones y abrazos entre cervezas y copas. Unos recién estrenados empresarios, Nuria y Loren, embarcados en un proyecto que encaminaba la trayectoria profesional de la primera y reorientaba la carrera del segundo; en una valiente iniciativa contra la crisis que les hacía rebosar energía y vitalidad frente al agotamiento físico y mental de los que yo hacía gala. Fieles seguidores además de mi blog, gracias al que –decían– habían conseguido seguirme la pista desde mi desaparición social ya que ese año no había dado señales de vida ni en navidades, que las pasé acompañando a Juanjo en sus guardias.
            Amigos en toda la magnitud de la palabra. A pesar de la distancia y el desplante, que me esperaban para mostrarme su apoyo y arropo en mi delicado momento. Llamando a la puerta de un bar clandestino que siempre estaba abierto, fuera la hora que fuera y el día que fuera. Y es que otra vez nos dieron las tantas.
            -Las mariposas se van. Se sustituyen por otras cosas, por un mimo al llegar a casa después de un día duro, por la seguridad de la incondicionalidad, por la compañía, el cariño… –Loren siempre se explicaba como un libro abierto. Me dio toda la razón al contarles que no me había terminado de valer la explicación de Juanjo cuando me dejó.
            Nuria también hacía balance con sus propias experiencias y concluía en que una relación de pareja exige una lucha continua, que las relaciones que perduran durante años han pasado seguro, más o menos veces, en unos u otros momentos, por situaciones difíciles de dudas y conflictos.
            Les conté todo, hasta lo del trío con Brian. Me desahogué tanto como comprendido y escuchado me sentí. Con la tranquilidad de poder hablar abiertamente, sin tapujos, sin tener que aparentar nada, que solo se tiene con la gente de confianza.
            Aunque no quería que la noche acabara nunca, el alba llegó para recordarnos que la magia terminaba. De vuelta a casa de mi madre fui pensando en todo lo que habíamos hablado, en la mucha gente en que podía apoyarme. Incluso en que aquello podía ser una oportunidad para redescubrir y revalorizar cosas y personas que, en cierto modo, había dejado de lado. Personas como Nuria y Loren, lejos de distanciadas, cercanas y presentes. Había pecado de no cuidar ni amistades ni familia en los últimos meses, y eso no era culpa de Juanjo sino mía, solo mía. Y a pesar de eso, tenía la gran suerte de seguir teniéndolos ahí. Bueno, allí. En dos días tenía que volver a Daraquiel, y los necesitaba a mi lado más que nunca. A Anna, a Jenny, a Natasha, Nuria, Loren, a mi madre, mis hermanos… El retorno se me presentaba como una empicada cuesta arriba. Por primera vez en mi vida sentí que solo no podría.
            Pensé que caería rendido pero en vez de eso, seguí dándole vueltas a la cabeza cuando me acosté. Por eso se me ocurrió ir a la cocina y rebuscar entre la medicación de mi hermano algún somnífero de esos que le hacían dormir como un ceporro. Necesitaba descansar como fuera y era el último recurso que se me ocurría. Encontré montones de cajas de pastillas almacenadas en un estuche con doble cremallera. Toda clase de psicofármacos con complicados prospectos alusivos a un sinnúmero de efectos secundarios e indicados para varios tipos de trastornos mentales. Tranquilizante-ansiolítico indicado para el tratamiento a corto plazo de todos los estados de ansiedad y tensión, además de trastornos del sueño producidos por sobrecarga, fatiga, sobreexcitación o preocupaciones. Justo lo que buscaba.
Cogí un par de ellas y me las tomé con un trago de agua.

…Que tuve que marcharme
dejando el alma en un lugar
donde ya no vive nadie…     





miércoles, 21 de noviembre de 2012

CAPÍTULO XXXIV (2ª parte): Una ciudad del Norte de Alemania y dos grandes amigas. Sentimientos enfrentados entre viajes de ida y vuelta.

2ª parte.

Anna venía con Yuli. Me recibió con su preciosa sonrisa y se anudó a mi cuello en un fuerte abrazo que yo quise responder con la misma calidez. Estaba como siempre. Espléndida. Aunque tampoco hacía mucho que no la veía. A pesar de vivir en otro país, nos reuníamos como mínimo todas las navidades. El correcto Yuli mantenía su papel de perfecto consorte, conduciendo todo el viaje en coche desde el aeropuerto a su casa sin rechistar mientras nosotros chismorreábamos para ponernos al día en un idioma que él no entendía. Anécdotas sobre el viaje, indicaciones previas sobre las posibles cosas que ver y hacer en Hamburgo, repaso a todas las novedades del grupo de amigos y, por fin, el tema estrella. El quebradero de cabeza con el que, a lo tonto, llevaba martirizándome ya más de dos semanas. Juanjo. La ruptura. Las explicaciones. Las consecuencias y el futuro sin él.
Esperaba poder controlarme, pero el dolor al volver a tocar la herida aún no cicatrizada me hizo llorar una vez más. Anna siempre sabía ofrecer ese refugio, esa caricia, esas palabras alentadoras cuando más se necesitan.
-Intenta quedarte con lo bueno. Nunca es tiempo perdido si ha habido cosas que han merecido la pena –me decía.
Claro que había cosas que habían merecido la pena. El problema es que ahora estaban ensombrecidas ante la duda de una traición premeditada.
La casa de Anna y Yuli aunaba ese punto entre bohemio y moderno propio de moradores inteligentes y con mundo. Objetos de distintas nacionalidades, no demasiados muebles ni adornos y detalles únicos para el acogedor pisito en el céntrico barrio de St. Pauli de una pareja joven y bien avenida como ellos. Sin alardes. Con sencillez y sinceridad. Cosas que, por más que me doliera reconocerlo, nos habían faltado a Juanjo y a mí desde el principio.
Cerveza Radeberger, unos cigarrillos hechos con tabaco de liar y cacahuetes. Todo listo en la mesa de la cocina para continuar con una larga sesión de metafísica conversación sobre las relaciones humanas en general y las de pareja en particular. Después, paseíto por la ciudad aprovechando el agradable e inusual sol que lucía intermitentemente entre bancos nubosos y a veces lluviosos.
La Reeperbahn o el “Barrio Rojo de Hamburgo” con sus luces de neón, sex-shops, locales de alterne y streptease, todo un mercado del sexo concentrado en una de sus calles con siglos de herencia, en respuesta a la gran actividad portuaria de la ciudad. Bloqueada del tránsito y de la vista desde calles aledañas por grandes vallas publicitarias y señales que prohíben la entrada a los menores de 18 años y a las mujeres (salvo a las prostitutas expuestas desnudas en sus vitrinas, claro). Aunque, técnicamente, según me contaba Anna, es una calle pública por la que cualquiera podría pasar. Todo ello en armónica convivencia con estudiantes, trabajadores, inmigrantes y profesionales a los que el barrio también ofrecía restaurantes, clubes, discotecas y bares, como uno de los centros de la vida nocturna de la ciudad.
Después de la típica foto de turista con Los Beatles en la Beatles-Platz, avanzamos hacia la plaza del mercado, con su impresionante Ayuntamiento. Arquitectura neo-renacentista coronada por una alta torre cuyo tejado, como el del resto del edificio, queda cubierto por láminas de cobre que, con el paso de los años, ha adquirido un característico color verdoso. Tonalidad repetida en los remates de otras torres de la ciudad, convirtiéndose en uno de sus iconos urbanísticos.
Terminamos la jornada sentándonos en uno de los bancos de otro de los indudables atractivos turísticos de la ciudad: el Puerto. Recorrido por numerosos canales, que en algunas guías turísticas le hacen valer el apodo de “la Venecia del Norte”, deja a sus lados los antiguos almacenes donde en su día se descargaban las mercancías de los barcos y que ahora se estaban rehabilitando para viviendas y otros usos.
En algunos momentos, me sentí como el periodista que acompaña al protagonista de Españoles por el mundo mientras Anna me iba contando todos los entresijos y curiosidades de la ciudad donde había decidido vivir. Acertada fuga de cerebro ante el cada vez más desesperanzador panorama español de crisis. Se le veía tan desenvuelta andando por sus calles que no cabía la menor duda de que había sabido aprovechar todas y cada una de las posibilidades que ésta ofrecía. Siempre había sido una persona resuelta y curiosa, con una inagotable inquietud vital.
-El problema es que no sé qué pensar para ordenar mis sentimientos, Anna. No sé muy bien qué es lo que ha fallado –yo seguía con mi cansina cantinela.
-Piensa en los buenos momentos de estos cinco años. Que los ha habido. Y quédate con eso. Él no te ha sabido dar una explicación clara porque seguramente no la haya. A veces, las cosas se terminan. No te fustigues buscando culpabilidades ni en él y, mucho menos, en ti.
Analítico en exceso como soy, aceptaba el buen consejo pero no podía terminar de llevarlo a cabo. Pensaba que para aprender de la experiencia y reponerme necesitaba clarificar un porqué.
Por la noche, salimos a cenar también con Yuli y unos amigos de ellos. Luego fuimos a una fiesta en un local okupa de “cultura alternativa” donde se celebraban toda clase de eventos. En aquella ocasión, tocaba una fiesta de reivindicación –o algo así fue lo que pude deducir después de un buen rato sin entender nada– organizada por un grupo de lesbianas feministas radicales que manifestaban su deseo de ser como hombres. Quise entender que en el sentido de igualdad de derechos aunque por la vestimenta y el look de más de una cabría pensar en un fuerte anhelo incluso de envidia fálica. Lo digo también por la “creación” que estaban “promocionando” en la fiesta, objeto de sorteos entre las participantes y protagonista de las fotografías proyectadas en la pared del escenario. Mujeres meando de pie como hombres en cuartos de baño de bares, en parques públicos, entre dos coches, en jardines, con total comodidad gracias al invento de la urinella, pintoresco utensilio en forma de embudo que redirige el orín hacia el frente en vez de hacia abajo permitiendo a su usuaria evitar la postura del águila en cuclillas, adoptada la mayor parte de veces al usar un baño público.
Cócteles caseros servidos en vasos de plástico, pastelitos de especias y marihuana, mobiliario vintage, crestas de colores, piercings, camisas de cuadros, grafitis en las paredes, Anna, Yuli y sus amigos componían el peculiar escenario que consiguió hacerme olvidar a Juanjo por unos instantes. Cesar en la agotadora tarea de análisis y posibles hipótesis de las causas de su fin y disfrutar momentáneamente de las otras muchas cosas que la vida que seguía continuaba ofreciendo. Espejismo roto desde que me tumbé en el sofá-cama que Yuli y Anna habían preparado en su casa para mí. Para no dormir en otra larga noche de insomnio.
El nuevo amanecer prometía regalar, aún con la amenaza de algún que otro chubasco, agradables momentos de sol para volver a salir a la calle y pasear. Además, el día brillaba todavía más sabiendo que íbamos a la estación de tren a recoger a Jenny, otra gran amiga con la que Anna y yo vivimos el que seguramente fuera uno de nuestros mejores años de universidad. Compartiendo no sólo el alquiler de un piso de estudiantes sino toda una relación de confidencias, complicidades, juergas y llantos, además de un intercambio lingüístico del que, a la vista estaba, Anna había salido mucho más instruida que yo. Jenny no vino desde Alemania con una Erasmus como en principio nos hizo creer. Había estado trabajando un año entero para ahorrar el dinero suficiente que le permitiera cumplir su sueño de conocer España y aprender además de su idioma, su cultura y su forma de vida. Independientemente de planes de estudio, quería vivir su propia aventura y aprender el “lenguaje de la calle”.
Anna y Jenny se veían siempre que podían. O la una iba a la ciudad de la otra o al revés. Y esta vez la ocasión de mi visita era la excusa perfecta para matar dos pájaros de un tiro y reencontrarnos después de más de dos años. Fue por eso que me emocioné tanto al verla, y también porque estaba con la sensibilidad a flor de piel. Era como si el tiempo no hubiera pasado, casi una década ya, y volviéramos a ser tres compañeros de piso, bastante inmaduros y con no pocos pájaros en la cabeza. Repetimos bromas de antaño y andábamos por la calle haciendo pamplinas. Fue otro gran momento para no pensar y solo disfrutar.
De vuelta al piso de Anna nos pusimos a cocinar y a hablar de todo un poco, entre cervezas y cigarrillos. Viéndolas hablarse entre ellas alternando el español y el alemán, sentí haber estado perdiendo el tiempo. Empecé con Juanjo al poco de que Anna se fuera a Alemania y era como si desde entonces todos mis antiguos proyectos personales hubieran quedado reducidos a uno. Él. Algo muy romántico. Darlo todo por amor. Una mierda. Algo muy frustrante cuando asumes durante años la mayor parte de responsabilidades y te mantienes pacientemente a la espera de que la otra persona termine por fin sus estudios y pueda encontrar selectivamente el trabajo soñado, para terminar recibiendo una patada en el culo cuando ya le sobras.
Sin darme cuenta, ya estaba monopolizando otra vez la conversación con la misma jodienda.
-Pero… ¿el alquiler y los gastos generales los pagabas tú solo? –me preguntó Jenny.
-Sí… –reconocí con cierta vergüenza– Sus padres le daban algo de dinero o comida cuando íbamos a verlos, pero yo le decía que eso se lo quedara para sus gastos. No me importaba pagarlo yo mientras pudiera con la beca y el trabajo.
Era cierto, y no por una actitud altruista sino porque desde el principio entendí –y creí que él también– la  relación a “bienes gananciales” y si hoy me tenía que sacrificar yo, mañana lo haría él y pasado otra vez yo si hiciera falta hasta que llegara el día en que los dos hubiéramos encontrado “nuestro sitio” y todo ese esfuerzo se viera recompensado. Y porque habíamos decidido irnos a vivir juntos cuando él todavía no era independiente. Con lo que ello implicaba.
-¿Y el piso de Barcelona? –me preguntó Anna.
Volví a agachar la cabeza para reconocer.
-Lo pagábamos a medias.
-El tiempo que has estado viviendo allí, ¿no? –insistió.
-No… Desde que lo cogimos, cuando yo todavía estaba en Daraquiel.
Se produjo un cauto silencio entre las dos.
-¿Y cómo habéis hecho para repartirlo ahora? –intervino Jenny.
-No, ahora lo hemos dividido todo a medias. Los muebles y todo lo que compramos para la casa. Cogimos las facturas y dividimos, porque lo habíamos pagado a partes iguales. Él me va a devolver mi parte.
Ahí sí me sentía seguro de haberlo hecho equitativamente. Aunque no reparé en un detalle que descubrí cuando fui a echar mano de la agenda donde tenía apuntado lo de las reparticiones.
-Bueno… Menos la fianza del alquiler y la comisión de la inmobiliaria… Que también la pagamos a medias, pero eso no se incluyó en los gastos a repartir… No he caído hasta ahora, la verdad. Pero eso es un dinero que se da a fondo perdido, ¿no? Tampoco creo que se lo tenga que reclamar, ¿no?
-Hombre, Dani, no sé… Tú no has disfrutado del piso ni tres meses y ahora se lo va a quedar él. Alquilando además una de las habitaciones para seguir pagando solo la mitad. Y el día que deje el piso, le devolverán la fianza completa –Anna estaba dejando de lado la precaución y empezaba a hablar con total libertad–. Yo creo que tendríais que hablarlo, por lo menos para saber si a él también se le había olvidado o si considera que eso no te lo tiene que devolver porque, como tú dices, fue una inversión a fondo perdido.
Supongo que tenía razón. Aunque fuera por saberlo, por ver cómo reaccionaba cuando se lo dijera. El dinero de una fianza te lo devuelven cuando finaliza el contrato del alquiler, si no hay ningún desperfecto en la casa; y las comisiones de la inmobiliaria, pues se entienden como uno de los gastos iniciales de un piso nuevo. Estaba hecho un lío. Otro tema al que darle vueltas y que volvía a hacer tambalear mis dudas y certezas sobre Juanjo. ¿Qué era realmente justo? ¿era despechado reclamárselo o de gilipollas no hacerlo? Una cosa sí tenía clara, no quería terminar teniendo que acudir a un reality cutre y amañado de telecinco como los actorcillos de segunda, peleándonos a grito pelado en un plató de televisión simulando un falso juicio y esperando el veredicto de otro actor que hace de juez. Así que cuando volviera se lo plantearía para ver su reacción y, entre los dos, dialogar y fundamentar cuál era la solución adecuada. Un reencuentro que se iba aproximando porque el vuelo de vuelta aterrizaba en el aeropuerto de Barcelona y habíamos acordado que echaría noche en el piso para descansar y que no fuera tanta paliza el regreso definitivo a La Mancha.
El día con Anna y Jenny fue, sin grandes espectacularidades, increíble. Terminamos con un pedo importante. Especialmente yo, no acostumbrado como estaba al descomunal tamaño de aquellas cervezas y con el estómago vacío de apenas haber comido durante días. Repanchingados en la cocina del piso de Yuli y Anna, experimentamos la inigualable sensación de reír entre lágrimas y llorar de risa, viendo fotos y releyendo cartas y tarjetas de felicitación.
Por eso y porque al día siguiente teníamos que madrugar mucho para encaminarnos a nuestros respectivos destinos, nos terminamos acostando aunque nos hubiéramos quedado toda la noche de cháchara. Después de varios días, por fin conseguí dormir casi de un tirón aunque solo fueran las cuatro horas mal contadas hasta que sonó el despertador.
Jenny se volvía a casa, Anna tenía que trabajar y yo llegar al aeropuerto a tiempo para coger mi avión. La despedida fue triste, pero con la firme promesa de repetir, en el escenario que fuera y preferentemente en mejores condiciones para poder disfrutar al máximo del viaje. No obstante, les debía a las dos haber podido desconectar en algunos momentos y haberme desahogado. La consecuencia, quizá, había sido una mayor decepción con Juanjo. Necesitaba volver a verle y mirarle a los ojos. Sentía que no podría encontrar en ellos la maldad que las peores hipótesis le achacaban. Que yo fuera el desprendido y él el egoísta no eran motivos suficientes para dejar de quererle. Qué más quisiera que poder odiarle y terminar con aquel desgarrador dolor.
            Todavía tenía las llaves del piso y cuando llegué me recibió un Dante imparcial e inocente pero no del todo ajeno a lo que estaba ocurriendo, a juzgar por su inconsolable lloriqueo. Me lo llevé al Zoo para cenar con Juanjo, que estaba de guardia. Por un momento, sentí que las cosas seguían como siempre y que todo aquello no había sido más que una mala pesadilla.
            Nos recibimos con dos desconcertantes besos en las mejillas.
            -¿Qué tal en Hamburgo?
            Formalismos y cortesías de desconocidos.
            -Bien. ¿Y tú? ¿cómo andas?
            Hice de tripas corazón y para cuando la conversación se fue distendiendo, le saqué el tema de la fianza y de la comisión de la inmobiliaria. Él respondió con un forzado gesto de sorpresa, entre perplejidad y confusión.
            -Pues… No sé, la verdad. No pensé que eso hubiera que dividirlo. Los dos decidimos meternos en el piso… Con todas sus consecuencias… –respondió.
            -Solo quería saber qué opinabas del tema. Si consideras que no tienes que hacerlo, no me lo devuelvas. Con lo de los muebles me apañaré hasta que vuelva a trabajar.
            -Pero si tú crees que te lo tengo que devolver, no te preocupes que lo haré. No quiero tener problemas contigo por temas de dinero. Te lo ingresaré en tu cuenta en cuanto pueda.
            -¿Y de dónde vas a sacarlo, Juanjo?
            -Se lo pediré a mi madre pero, bueno, eso a ti no tiene que importarte.
            Era justo lo que no quería escuchar. La madre de Juanjo siempre había sido un cielo conmigo y bajo ningún concepto quería implicarla en aquello. Máxime sabiendo que eran una familia humilde a la que no le sobraba el dinero.
            Así que terminamos en una discusión por te lo pago no te lo pago que acabó en un “no me lo pagues” por mi parte y un “te lo pagaré” por la suya que, tal y como imaginaba desde el principio, conforme pasó el tiempo, descubrí que no cumplió. Se quedó en un farol que yo tampoco reclamé nunca más.
            Cenando, y en contra de lo previsto, el siguiente encontronazo fue por Dante. Cuando manifesté mi deseo de llevármelo en cuanto aclarara mi nueva situación en Daraquiel y terminara de asentarme.
            -No, Dani, tú me dijiste que me lo quedara yo. Ahora no me lo puedes quitar.
            -No te estoy diciendo que me lo llevo ya. Voy a necesitar un tiempo hasta que me pueda hacer cargo de él porque en un piso compartido no lo puedo meter. Pero mi intención es buscarme algo para mí, donde sí pueda tenerlo conmigo –respondí.
            -Pues no me parece justo. Yo me responsabilizo de él hasta que tú decidas llevártelo. No es justo. Tú dijiste…
            -Juanjo –le interrumpí–, yo te dije que por el momento no podía hacerme cargo pero no dije que te lo cediera para siempre. Te propuse tenerlo por temporadas y no quisiste. Además, entiende que ahora mi situación es más difícil que la tuya.
            La conclusión fue una especie de ultimátum en el que yo tendría que recoger al perro antes de que acabara el verano, a finales de agosto como muy tarde. Otra vez a contrarreloj para arreglar mi situación y tratar de establecerme de una vez por todas.
            Para la despedida parecieron ya aclarados los posibles rencores y dándonos un abrazo nos deseamos lo mejor y manifestamos el deseo mutuo de mantener una relación de amistad.
            -Cuídate. Y come, que te estás quedando muy canijo –me dijo.
            Y otra vez me puse a llorar.
            -Apóyate en toda la gente que tienes. Sé que a ti te va a costar superarlo más que a mí –añadió.
            Nos ha jodido. Era él quien ponía fin a la relación. Qué esperaba.
            Jugarretas del inconsciente me trajeron a la mente aquel primer verano en que nos conocimos, previo a su Erasmus en Lion, cuando unos días antes de partir se me puso a llorar pidiéndome que confiara en él y que le esperara, que por favor no le dejara nunca. Cómo había cambiado la cosa desde entonces. Ahora quien más parecía haber apostado desde el principio por lo nuestro era quien decidía ponerle punto y final, y el que había empezado sin muchas expectativas era el que se sentía morir por estar perdiéndole. Nunca digas nunca. Jamás.

            You know how the times flies.
            Only yesterday was the time of ours lives.
            We were born and raised in a summer haze,
            bound by the surprise of our glory days.

            I hate to turn up out of the blue uninvited
            but i couldn’t stay away, i couldn’t fight it.
            I had hoped you’d see my face
            and that you’d be reminded that for me it isn’t over.

            Never mind, i’ll find someone like you.
            I wish nothing but the best for you too.
            Don’t forget me, i beg.
            I remember you said
            “sometimes it lasts in love,
            but sometimes it hurts instead”.

            Nothing compares, no worries or cares.
            Regrets and mistakes, they’re memories made.
            Who would have known how bittersweet this would taste?    
                    
  




jueves, 8 de noviembre de 2012

CAPÍTULO XXXIV (1ª parte): Una ciudad del Norte de Alemania y dos grandes amigas. Sentimientos enfrentados entre viajes de ida y vuelta.

XXXIV
UNA CIUDAD DEL NORTE DE ALEMANIA Y DOS GRANDES AMIGAS.
SENTIMIENTOS ENFRENTADOS ENTRE VIAJES DE IDA Y VUELTA.

         1ª Parte

         Y si es cierto que has dejado de quererme
yo te pido,
por favor,
¡no me lo digas!

Necesito hoy
y todavía
navegar
inocente en tus mentiras...

Sentado junto a la ventanilla en aquella angosta butaca que tan mal combinaba los colores azul eléctrico y amarillo chillón, señas de identidad de la compañía de vuelos a bajo coste por excelencia, seguía con la cabeza más absorta en mi demencial análisis de cada segundo de relación con Juanjo que en el nuevo viaje que iba a emprender después de Almería. Buscando mentalmente reinterpretaciones o dobles sentidos a situaciones, comentarios, reacciones, gestos… En un mes libre al que todavía le quedaban demasiados días para terminar y en el que había podido quedar con demasiada gente para escuchar todo tipo de opiniones. En la veda que pareció abrirse incontrolablemente para dictamen y juicio popular.
Opiniones incrédulas: se os veía tan bien, eso no cambia así de la noche a la mañana.
Duras: seguro que hay otro aunque no te lo haya dicho.
Románticas: la situación os lo ponía todo en contra.
Materialistas: siempre habéis estado hasta arriba con los agobios de dinero y eso, quieras que no, desgasta.
Retorcidas: lo tenía todo pensado, te ha utilizado hasta que ya no te ha necesitado.
De manual: la rutina, la crisis de los cinco años juntos
Metódicas: no ha cumplido el pacto de total sinceridad porque te ha avisado cuando ya lo tenía decidido, no cuando le empezaron a surgir las dudas.
Ninguna que yo no hubiera pensado en algún momento. Ni una ni otra. O todas a la vez. Atenuantes más que motivos. El resultado era que seguía intentando entender el “verdadero por qué” de su final, mientras las azafatas gesticulaban las normas de seguridad y de evacuación en caso de emergencia. Las parcas e inconclusas explicaciones que Juanjo me había dado ese 29-M no terminaban de convencerme. Y no por una cuestión de vanidad propia sino por un verdadero deseo de no ensuciar la quizá demasiado idealizada imagen que hasta entonces había tenido de él.
Despegue de un viaje solo posible por la invitación de una incondicional salvavidas y amiga de nombre capicúa. Anna. En cuanto se enteró de todo lo ocurrido no dudó en regalarme un billete de avión para Hamburgo, ciudad en la que ya se había instalado cómodamente tras varios años de dura y constante lucha, junto al que ahora se anunciaba como su futuro y flamante marido. Sacándome de la habitación de un piso compartido encontrado sin ningún tipo de comparativa, por lo improvisado, en la capital de Daraquiel. Rescatándome de un encierro de lágrimas y dudas en el que había decidido enclaustrarme hasta que tuviera que volver a incorporarme al trabajo en la biblioteca, después del fracasado viaje con Paz. No quería ver ni hablar con más gente.
Retiro en el que el único contacto con el mundo exterior era mi ordenador y su conexión a internet, desde el que le escribí a Anna un infumable mar de letras lagrimosas concluyendo con una ambigua “reflexión” que explicaba en buena parte mi caos vital:

“…Tengo que dejar de buscar más explicaciones de las que hay porque voy a volverme loco. Que él ya no me quiere. Y empezar a vivir con esa nueva realidad. Intentando dejar de lado la pena y retomar la vida que había dejado aparcada por él. Y es así. Mi gran fallo ha sido ése, vivir en función de él. Por y para él, hasta olvidarme incluso de mi.
No te he querido decir nada antes porque sé que tú y Yuli estáis en un momento precioso preparando la boda y no quería, de alguna manera, enturbiarlo. Pero lo que sí te digo es que es real que hay que vivir con esa posibilidad de que un día se pueda terminar. Eso tampoco significa que haya que desconfiar y dejar de creer en el “amor para siempre”. Yo lo creía y, si me apuras, lo sigo creyendo y aunque sepa que no debo pensarlo y que no me va a hacer ningún bien aferrarme a ello, guardo cierta esperanza de que algún día se “dé cuenta” y vuelva conmigo.
Solo te digo eso, que no dejes de darle muchos besos, abrazos, mimos y que no dejes de decirle palabras bonitas a Yuli, y que él tampoco deje de hacerlo contigo. Además de los polvos brutales que podáis echar nunca perdáis esas cosas, porque Juanjo y yo llevábamos días sin ni un beso ni un abrazo, y aunque a veces los subestimemos son mucho más importantes y necesarios de lo que creemos.
Por eso, más que nunca, te mando un besazo muy muy fuerte y te doy las gracias por, como siempre, estar ahí a pesar de los kilómetros. Te quiero”.

Ya en el aire y aún con los oídos taponados empezaron los primeros bombardeos publicitarios que hacían quedar de insidiosas y repetitivas a las pobres azafatas que ninguna culpa tenían de acabar paseándose por los pasillos del avión como monos de feria con papeletas a un euro para un sorteo de mil en la mano. Eso al principio, porque en la siguiente ronda se ofrecía la ganga de adquirir dos a mitad de precio. Dos por un euro. Para un sorteo de mil euros. Rasque y gane. Me reí acordándome de cuando Juanjo se dedicaba a buscar grupos de facebook para señalarlos con un me gusta con su correspondiente manita con el dedo hacia arriba. Recordé ése que tan al caso venía ahora: “A las azafatas de Ryanair solo les falta ponerse a vender romero”.
Todo me seguía rememorando a él. A momentos vividos con él, reproducidos en mi cabeza fotograma a fotograma.
Ese último recuerdo me hizo coger el móvil como por instinto y encenderlo. Habían avisado de apagar todos los aparatos eléctricos pero parece ser que solo durante el despegue porque ya después la gente empezó a encender sus dispositivos. Qué cateto me siento a veces. Aunque sí sabía que no tendría conexión. Podría mirar el historial y ver mi facebook para leer los últimos comentarios que me habían dejado sobre la última publicación de mi blog y que en el aeropuerto no me había dado tiempo. La mayoría me preguntaban que por qué había dejado de escribir, que querían seguir leyendo la historia y que por favor la continuara.
Era verdad, había perdido hasta esa ilusión. Tampoco sabía qué iba a hacer con la matrícula de la Universidad. La narración ya había contado toda la parte de Daraquiel y ahora iba a empezar contando mi estancia e intento de resistencia en Barcelona. “Día 1: Dispuesto a comerme Barcelona antes de que ella me coma a mi”. Así empecé. Qué final tan distinto al previsto. La ciudad no solo me había comido. Me había devorado rebañándome hasta dejarme en los huesos. Literalmente, porque me estaba quedando como un esqueleto humano, “hecho un suspirito”, con tanto ajetreo.
Quizá fuera el mal de ojo augurado por la santera de La Isleta del Moro. Mal de ojo que confiaba que Paz hubiera salvado con el conjuro, porque aunque no terminamos bien el viaje sí que me llamó para contarme que se iba a ir a Argentina con Óscar, el mimo de La Rambla. Sin muchos detalles, solo me dijo que se iba sin un plan claro, con el dinero que él le iba a dejar y sin saber si volvería o no, en lo que se resolvía lo del juicio con su hermanastra.
La tripulación seguía a lo suyo. Ahora con el carrito de bebidas y snacks. Pensé en pedirme algo porque tenía la boca seca pero deseché la idea en cuanto miré la carta de precios. Pero es que tenía sed. Por una vez... Joder, pero dos cincuenta por la mitad de una lata de refresco es mucha tela.
Iba a ser verdad lo que siempre me decía Juanjo de que le daba más vueltas de lo necesario a las cosas. Como cuando antes de irme de Barcelona le pedí por favor que me dijera que qué era lo que yo le había aportado como pareja. Qué era lo que más valoraba de mi o que cómo me definiría. Con cara de “menuda pregunta”, me dijo:
-Pues… No sé… Eres una persona muy trabajadora, de objetivos claros… Tienes buen cuerpo y follas bien.
Todavía no sabía si tomarme esa respuesta que terminaba ahí como un halago, una ofensa o una dudosa comparación con François Sagat, Martin Mazza, Brent Everett o cualquier otro de las porn star gay de las películas que él tanto admiraba.
Empezaron de nuevo los avisos por los altavoces. Aterrizábamos. La ventanilla regalaba la vista aérea de la ciudad. Solo creí distinguir el que debía ser el famoso StadPark con el lago Alster.