domingo, 12 de febrero de 2012

CAPÍTULO XI: Política de privacidad.

XI
POLÍTICA DE PRIVACIDAD

Los jueves en la biblioteca siempre empezaban con la visita de Nieves y su hija. Venían con su carrito de la compra como siempre, aprovechando que les quedaba de camino entre el mercado y el banco. La madre analizaba toda la prensa rosa a conciencia mientras la hija revisaba la música de la mediateca. Los mismos discos que ya había escuchado montones de veces pero que no le importaba repetir. Sus preferidas eran la Jurado y la Pantoja, sin duda, pero también solía llevarse alguno de Pastora Soler, Pimpinela o incluso Mecano.
Después iban llegando los jubilados más madrugadores, lo antes posible para ser los primeros en consultar los periódicos y que las noticias no perdieran actualidad. Cada uno tenía sus preferencias, y en base a ellas uno se hacía idea de su posición ideológica y política.
Todo volvía a la normalidad. La gente había encontrado un nuevo chisme del que hablar, y el intento de suicidio de la jefa había pasado a un segundo plano. Igual que el incendio, al que tampoco hicieron demasiado caso por lo leve que fue y porque lo solucionamos pronto, sin que apenas se notara.
Amira permanecía concentrada revisando el etiquetado de las últimas adquisiciones y Leo estaba en el despacho trabajando. O aparentándolo.
Luego llegó MariCruces a hacernos la visita de rigor:
-A ti te pasa algo –me dijo.
-No, nada. Sólo que estoy un poco cansado. No he dormido bien –contesté.
No mentía del todo. Entre el duermevela pensando en lo de la jefa y la concejala y el grado de responsabilidad que yo podía tener en la actual situación, los chupitos de absenta con Paz en su casa, la excursión nocturna a la biblioteca y luego al Castillo de Daraquiel, el supuesto aquelarre, y finalmente el desayuno con ella en la churrería del pueblo; efectivamente no había pegado ojo. Y era la segunda noche en la misma semana que no dormía.
-A saber qué has estado haciendo esta noche –bromeó.
Mi relación madre e hijo con ella era lo suficientemente cercana como para hacerle ciertas confidencias personales, sobre todo para pedirle opinión o que me diera algún consejo, pero no llegaba al extremo de contarle intimidades sexuales. Que tenía una relación con Juanjo nunca se lo había dicho directamente, pero llegó un momento en el que hablaba de él como mi pareja de forma natural, aunque nunca usaba la palabra “novio”. Sin embargo, lo de anoche sí que no se lo podía contar de ninguna de las maneras. Hasta a mí me escandalizaba pensar que Paz había terminado haciéndome una felación.
-Pues poca cosa… Oye, ¿tú has limpiado mi mesa esta mañana? –pregunté, cambiando de tema, supongo que con la idea de obtener algún dato más que me ayudara a desvelar la identidad de la noctámbula de la biblioteca.
-Pues no, hoy no me ha dado tiempo. ¿Por qué? ¿Está sucia? Te la limpio en un momento si quieres.
-No, no, MariCruces, no es por eso. Es sólo que tengo algunas cosas cambiadas de sitio.
Volvía a mentir. Fuera quien fuera la que había estado trasteando en mi mesa, se había encargado de dejarlo todo perfectamente colocado para que yo no notara ni el más mínimo indicio de intrusión.
-Hijo, si a ti con que te muevan un folio dos centímetros ya te das cuenta. Igual he sido yo sin querer pasando el plumero o algo.
No era la primera vez que alguien bromeaba sobre mi exacerbado sentido del orden. Miré con detalle mi mesa, era verdad que podía ser la de un TOC patológico por la obsesiva y milimétrica distribución de las cosas. Fue entonces cuando caí en la cuenta de que aún no había encendido el ordenador. Lo hice, pensando inmediatamente en encontrar alguna huella digital o una pista que seguir.
-Tú estás muy raro. A mí no me engañas –sentenció MariCruces antes de irse, dándome una palmada en la mejilla y añadiendo–. No busques cosas donde no las hay. 
La demora en arrancar el sistema era la habitual. El fondo de pantalla, bien; los iconos del escritorio, donde siempre. Abrí mis carpetas, y todo estaba en orden. Se me ocurrió entonces consultar el historial de exploración de internet, y ahí sí que encontré algo revelador. La última página que se había visitado era la del BOP, y estaba seguro de que no la había consultado yo. Ni ayer ni en los últimos días. Antes sí que la miraba a menudo, sobre todo para revisar las bases de convocatorias de empleo público de la provincia, para estar al día de los temarios y tener nuestra colección de libros de oposiciones actualizada. Pero en las últimas semanas había perdido esa costumbre porque, con los nuevos recortes del Ayuntamiento, los últimos documentos que íbamos a poder comprar en varios meses eran los que ahora estaba terminando de catalogar Amira, cuyo presupuesto había aprobado la concejala anterior y que llegaron a principios de semana.
Cuando accedí, la url remitía a la publicación del 11 de mayo de 2010. Un día relevante para mí, que había marcado un punto y aparte en mi vida, para bien o para mal. Era la fecha de mi nombramiento como funcionario del Ayuntamiento de Daraquiel, en el puesto de bibliotecario.
Ahí aparecía mi nombre completo y mi DNI. La noctámbula de la biblioteca quería obtener la máxima información sobre mi, tal y como verifiqué cuando después googleé mi nombre y vi que varios de los epígrafes de los resultados estaban  en color violeta en vez de azul, señal de que se habían clicado anteriormente para acceder a los resultados.
La información tampoco era demasiado comprometedora: aparecía como participante en algún listado de los cursos que había hecho en alguna institución pública, en los resultados de otras oposiciones a las que me había presentado antes de las de Daraquiel y en mi página de facebook.
No pude evitar arrepentirme de haber puesto mi nombre completo con los apellidos o de ignorar siempre aquel mensaje para proteger la política de privacidad del perfil público. La verdad es que no sabía muy bien cómo lo tenía configurado, si era necesario estar en mi lista de contactos o no para poder acceder a mi información.
Repasando mentalmente la posible información íntima que sobre mí podía haber incluido en la red social, Amira me dio un codazo que en principio interpreté como llamada de atención para que saliera de mi ensimismamiento, pero que luego constaté como aviso ante la presencia en la biblioteca de María Victoria Martínez de Álgaro, la concejala de personal, que venía acompañada por dos hombres enchaquetados que debían de ser los de la auditoría.
-Hola, Daniel –dijo, un poco seca–. Y tú debes ser Amira, encantada de conocerte –añadió, tendiéndole la mano–. Y Leonardo, ¿no está?  



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