miércoles, 15 de febrero de 2012

CAPÍTULO XII: La auditoría del Ayuntamiento.


XII
LA AUDITORÍA DEL AYUNTAMIENTO

            -Os he reunido a los tres para explicaros un poco qué pretendemos con esta auditoría que en pleno extraordinario decidimos poner en marcha desde el Ayuntamiento –María Victoria estaba interiorizando su papel de política a pasos agigantados–. Sabemos que estamos recibiendo muchas críticas por haber contratado a una empresa externa en tiempos de crisis, pero después de haber comprobado el penoso estado de las arcas municipales y muchas de las irregularidades que se estaban produciendo con el anterior gobierno, nos hemos visto obligados a ello. Primero porque consideramos que garantizaba una mayor objetividad y segundo porque necesitábamos tener una visión global y real de la situación, para poder empezar a tomar medidas –dio un sorbo a una botella de agua que sacó del bolso y continuó con su mitin–. No sé si lo sabéis, pero la situación, en general, es muy complicada.
            Leo mantenía semblante cabizbajo, todo lo contrario a Amira que observaba con sus grandes ojos a la concejala y escuchaba atentamente sus palabras:
            -Estamos yendo servicio por servicio para informar personalmente a cada uno de los trabajadores, y también para desmentir alguno de los rumores que están circulando como el de los despidos masivos.
            Leo levantó la cabeza por primera vez en todo el discurso de María Victoria y la miró como suplicante. Ella siguió:
            -Aclarar que no se ha despedido a nadie. Simplemente no se han renovado alguno de los contratos de personal laboral y eventuales que, en principio, hemos considerado prescindibles y a los que se les ha facilitado todo para que puedan pedir el desempleo o el subsidio, según el caso, con la idea de reubicarlos en un futuro que esperamos sea lo más cercano posible. Eso, Leo, creo que te puede interesar especialmente a ti –Amira y yo éramos funcionarios y Leo personal laboral–. Tu caso en concreto es un poco más delicado, y queremos que nos contéis un poco cuáles son vuestras competencias y cómo os organizáis el trabajo de la biblioteca.
            Dios mío, ya no sólo me había ganado el odio de la jefa sino que el de Leo venía de camino. De la misma manera que me responsabilizó de la ingestión de pastillas de la jefa, para él, yo también sería el culpable absoluto de que la concejala revisara su puesto de trabajo, por haber presentado aquella polémica carta de reivindicación que parecía haber sido el punto de partida para airear todas las miserias de la biblioteca. Su puesto y el nuestro, aunque algo me decía que, laboralmente, él tenía más que temer que Amira y yo.
            -Bueno, yo me encargo de toda la labor técnica –empezó Leo su argumento–, es decir, estudio y análisis de la colección, emisión y recepción de pedidos y desideratas, catalogación, elaboración y redacción de memorias, anuarios, balances de prestatarios, contabilización de usuarios, gestión y aviso de las reservas, el préstamo interbibliotecario, actualización de la página web y apoyo y refuerzo en cualquiera de las actividades de extensión cultural que nosotros o la directora propone. Además, también suplo el puesto de mis compañeros atendiendo a los usuarios cuando alguno de ellos está de día de asuntos propios o durante sus vacaciones.
            Aquella exposición llena de embustes y florituras no podía haber sido improvisada. Era evidente que Leo llevaba tiempo preparándola. Todo lo que acababa de decir sonaba literal al temario de oposiciones de técnico de archivos y bibliotecas. Amira y yo nos dimos cuenta perfectamente, pero a María Victoria sí que parecía estar convenciéndola.
            -¿Y vosotros? –preguntó la concejala, dirigiéndose a Amira y a mí.
            Estaba preparado para tomar yo la iniciativa porque jamás hubiera pensado que Amira dijese lo que iba a decir:
            -Eso no es del todo cierto, Leo, y lo sabes –la temerosa Amira dio paso a la versión bibliotecaria de Juana de Arco–, todo eso que has dicho lo hacemos entre los tres. Y de la misma manera que tú dices que nos cubres a nosotros cuando no estamos, igualmente lo hacemos nosotros contigo.
         -Lo que no quiero es que se cree un conflicto por esto –intervino, conciliadora, María Victoria–. Sólo quiero conocer el funcionamiento de vuestro trabajo. No es cuestión de que me convenzáis de quién hace más o quién menos. El hecho de que seáis tres personas es porque en su momento se determinó que eráis necesarios los tres. Yo sólo quiero comprobar que las necesidades del servicio siguen siendo las mismas que por entonces, o si han cambiado. Tanto en el caso de que hayan crecido como en el de que hayan disminuido. Porque si fuera necesario, plantearíamos una redistribución de jornadas o intentaríamos buscar una solución lo menos perjudicial para todos; aunque la posibilidad que apunta el sindicato de contratar personal extra desde ya os digo que es totalmente imposible por la precaria situación económica que tenemos y que supongo que entenderéis. Y del horario también quería que me comentárais. Sobre todo el tema de las tardes libres.
            María Victoria venía guerrera, y ahora tocaba el peliagudo tema de las tardes libres. Amira y yo ya habíamos intentado en más de una ocasión hablarlo amistosamente con Leo, pero él siempre alegaba necesidades extras por su puesto y contaba con el respaldo de la jefa, que en ese sentido le venía de perlas por lo beneficiado que salía y por compartir con ella una misma mentalidad jerárquica. Así que la reconciliación de posturas nunca llegó.
            -Bueno, lo de las tardes es porque mucho de mi trabajo requiere de una labor intelectual y de concentración, imposible de conseguir si estoy atendiendo al público. Por eso, la directora me propuso venir algunos días de la semana en jornada intensiva sólo por las mañanas, por una cuestión de productividad y rendimiento. Adelanto más trabajo cuando vengo de ocho a tres que cuando tengo que venir en turno partido –Leo se mostraba muy seguro de su alegato, sin embargo María Victoria iba a darle una información que yo ya conocía y que a él estaba a punto de ponerle en evidencia. Por eso me mordí la lengua para no soltar una barbaridad, y la dejé hablar a ella:
         -Ese tema tendré que discutirlo con la directora cuando se recupere de “lo suyo” –sonó a ironía–, pero lo que sí tengo que decirte, Leonardo, es que tú, como el resto de tus compañeros, y eso la incluye a ella, al administrativo y al bedel, con los que también hablaré luego, tenéis un turno partido los cinco días de la semana por el que cobráis un plus en vuestro sueldo.
            Leo se quedó en silencio, mientras María Victoria continuaba:
        -Y eso lo firmaste en tu contrato, Leonardo. Ni es justo ni responde a tus condiciones laborales que no lo cumplas. Por eso la propuesta que os quería hacer, tanto a ti como a la directora, era daros a elegir entre modificar vuestras condiciones, cambiándoos el horario con lo que, consecuentemente, dejaríais de percibir el complemento salarial de trabajar las tardes; o mantenerlo tal cual pero viniendo a trabajar dentro de vuestro horario, es decir, las cinco tardes. En todo caso, permitiría que disfrutarais de alguna tarde libre a la semana, sin quitaros ese suplemento, siempre que fuera repartida de forma igualitaria con el resto de compañeros, con un sistema de turnos rotatorios o de alguna otra manera que no afectara al buen funcionamiento del servicio y se pudiera seguir manteniendo el mismo horario de apertura al público.
            Amira y yo habíamos barajado esa posibilidad muchas veces, pero nunca nos decidimos a plantearla en serio porque sabíamos que no iba a servir de nada. Las cosas se habían mantenido así durante los veinte años de dictadura de la jefa y así continuarían salvo una histórica confabulación de los astros. O salvo que la nueva concejala de personal fuera una de sus peores enemigas, como cada día parecía evidenciarse más, y estuviera dispuesta a cambiarlo todo más que por hacer justicia, por el simple gustazo de quitarle autoridad a la jefa.
       -El problema, María Victoria –intervine, recordando a tiempo que debía tutearla–, es que estamos muy limitados a la hora de pedirnos algún día o de solicitar las vacaciones, porque la directora siempre nos ha dicho que nunca se puede quedar una sola persona en la biblioteca. Por eso, nunca podemos coincidir dos y si además los días se restringen por las tardes libres de Leo, la cosa se complica aún más –aproveché la nueva oportunidad para exponer la que iba a ser mi última reivindicación laboral.
            María Victoria se quedó pensativa un rato. Un tenso minuto de silencio que fue roto por uno de los hombres de chaqueta que, con decidida actitud, apoyó su maletín sobre la mesa y sacó de él una carpetilla de plástico:
            -Nosotros hemos estado revisando –dijo, mientras exponía la carpetilla como prueba– cuáles son las competencias de cada puesto, el horario, las obligaciones y los derechos. Y precisamente cuando se convocó la plaza que ahora ocupa Leonardo, vemos que se estableció por escrito, curiosamente firmado y aprobado por la propia directora de la biblioteca, que su figura profesional tuviera también un turno partido para poder jugar con esa flexibilidad, y que tanto los auxiliares como el mismo técnico disfrutaran de mayor libertad para hacer uso de sus días de asuntos propios. Es más, dentro de las tareas del técnico se añadió una nueva: la de sustituir a los auxiliares en su puesto de atención al público en caso de posibles ausencias de éstos. Y viceversa. Los auxiliares asumían labores del técnico, en caso necesario.       
-Mirad, chicos –María Victoria tomó ahora un tono amistoso, totalmente distinto al del principio de la conversación–, como os decía, la situación es muy delicada. Incluso es posible que este mes no se os puedan pagar los sueldos –tuvo el descaro de decirlo en segunda persona, como reconociendo que a ella, como al resto de políticos, no le afectaría tan drástica medida–. El Ayuntamiento ahora mismo está en trámites de que se le conceda un crédito ICO para poder hacer frente no sólo a los sueldos sino también a otros pagos de urgente necesidad. Nos toca contar con vuestra comprensión y paciencia, ya que aunque confiamos plenamente en que se nos concederá, no sabemos cuánto demorará.
Era la primera vez que nos lo decía directamente una representante oficial, y de una manera tan clara. Circulaban desde hacía meses habladurías sobre la ruinosa situación del Ayuntamiento, y las comparaciones con los funcionarios locales de otros pueblos que ya estaban sin cobrar habían empezado a hacerse, en tono de broma. Sin embargo, a tiempo, o un par de días más tarde de lo habitual, al final siempre terminábamos cobrando la nómina adecuadamente, y todo se quedaba en un susto.
Ahora el rumor se confirmaba. Y la que hace unos años parecía una situación imposible se convertía de la noche a la mañana en toda una realidad. Realidad a la que ya se estaban enfrentando tantos trabajadores en toda España. Una quiebra que ya no distinguía ni de empleo público ni privado, y que hacía tambalear toda la estabilidad económica de un país, de familias enteras cuyo plan de vida se iba al traste. Donde la hasta entonces intocable figura del funcionario pasaba a ser el blanco fácil, el pelele de un poder que le hacía pagar injustamente sus errores y sus derroches.
Una nueva realidad que cambiaba todos mis esquemas. Con aquella noticia desaparecía el único motivo que aún me ataba a Daraquiel y a su biblioteca, precipitando de forma irremediable mi decisión de irme a Barcelona con Juanjo.




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