viernes, 30 de diciembre de 2011

CAPÍTULO VI (1ª parte): La bruja de mi jefa (¿o mi jefa la bruja?)


VI
LA BRUJA DE MI JEFA
(¿o mi jefa la bruja?)

1ª Parte.
            Era desolador ver la imagen de aquellos libros quemados y metidos en  bolsas de basura. Me venían a la cabeza alguno de los vergonzosos capítulos de la Historia donde fanatismo y censura han convertido en práctica habitual la quema de libros por parte de poderes políticos y eclesiásticos para privar a la sociedad de un conocimiento y unas ideologías que no interesaba difundir.
            Tras la primera llamada, volví a hablar con Amira y los dos estuvimos de acuerdo en ir a echar una mano a MariCruces y Gerardo. Leo, en cambio, aprovechó para escaquearse como hace siempre que ve avecinarse un trabajo extra. Además no estaba la jefa para hacerle la pelota y desde el Ayuntamiento nos habían autorizado para no ir a trabajar mientras se arreglaba todo. El balance de pérdidas eran esas dos bolsas con libros, unos veinte en total, la mayoría de matemáticas y ciencias naturales –viejos  y bastante desfasados, la verdad–, la estantería que los almacenaba y la madera del lateral del mostrador que había quedado ennegrecida  por el humo pero que no había llegado a quemarse. MariCruces decía que eso se le iba con un paño húmedo y un poco de alcohol.
            Las películas de Jackie Chan, Bruce Lee y de Steven Seagal, las del ciclo de cine erótico que vinieron de regalo con El País, las revistas de cotilleos y de salud y alimentación y, sobre todo, los tres ordenadores con conexión a internet que teníamos y que componían los bienes más preciados de la biblioteca para los daraquieleños, afortunadamente no se habían visto afectados. Por triste que resultara reconocerlo, aunque hubieran sido más o de otras materias los libros perdidos en el incendio, casi nadie los hubiera echado en falta. Y es que la mayoría de días mi trabajo de bibliotecario apenas se diferenciaba del de un dependiente de videoclub, quiosco de prensa o locutorio.
            -Vaya despiste, eh, Dani– dijo, yo creo que por cuarta vez, MariCruces. Por más que lo repetía, nadie creía que yo no había olvidado apagar la maldita calefacción.
            -¿Y si la encendió alguien después de que yo me fuera?– respondí, pensando en voz alta. Todos se echaron a reír, menos yo. –¡Lo digo en serio!– añadí ya enfadado.
            -Sí, claro, las brujas...– no la dejé terminar.
            -¿Cómo has dicho?
            MariCruces había dicho las brujas como podría haber dicho los trabubus de Trabubulandia de Los delinqüentes. El problema lo tenía yo que después del desayuno con Paz me había quedado con esa idea metida en la cabeza. Y soy persona de mollera dura. Estaba dispuesto a zanjar aquella disparatada hipótesis para recuperar un poco de cordura. O eso creía.
La oportunidad se me sirvió en bandeja cuando Amira dijo que convendría llevarse otro lote de revistas y periódicos al Archivo para hacer un poco de hueco y reorganizar. Generalmente, los vamos almacenando en el depósito de la biblioteca (léase heladora cámara subterránea, oscura y  mugrienta habitada por toda clase de bichos) hasta que no caben más y pasan entonces a mejor vida. Nunca mejor dicho porque el Archivo de Daraquiel es una maravilla. Goza de edificio propio y unas instalaciones envidiables. Al parecer, se creó a raíz de una importante subvención de la Diputación que la jefa se atribuyó haber conseguido en toda la prensa local luciendo sus mejores galas, y no se escatimó en gastos. Es otra de las paradojas de un pueblo con una de las tasas de analfabetismo más altas de la zona. Que cuenta con un reluciente Archivo Histórico que apenas recibe visitas porque si la gente no sabe leer ni escribir difícilmente van a ponerse a investigar, y unas instalaciones deportivas dignas de unas olimpiadas regionales; pero que tiene un colegio público y una biblioteca municipal al borde del derrumbe, equipados con un mobiliario de subasta de tómbola benéfica.
            -¡Voy yo!– me apresuré a decir antes de que se me adelantara nadie, aunque sabía que Antonio el archivero no es muy del agrado de Amira y que Gerardo no iba a tener muchas ganas de moverse. Hasta ofrecí transportarlos en mi coche para no perder tiempo llamando al Ayuntamiento para que nos trajeran el camión de servicios municipales.
Así que tardé poco en llegar y allí estaba, enfrascado en su mundo hecho a medida, Antonio el archivero. Un hombre peculiar desde luego, pero que a mi me caía bien y creo que yo a él también, a juzgar por la palmadita en el hombro que me daba cada vez que me veía y la frase con que me saludaba “Hombre, ya tenemos aquí al muchacho sureño”. No era mala persona, sólo había que saber tratarle. Era un hombre que vivía tan apasionadamente su trabajo que a veces, si se le interrumpía, podía resultar desagradable. Contra lo que mucha gente pensaba, siempre estaba gestando grandes proyectos entre esas cuatro paredes, lo que pasa es que casi nunca veían la luz, igual que él. Rostro pálido, grandes bolsas y arrugas bajo los ojos, cuatro pelos rizados mal distribuidos en el cogote y andares de pingüino regordete. Aquel día, precisamente, iba a descubrir uno de esos proyectos que nunca llegó a materializarse y que iba a responder perfectamente a mi incipiente curiosidad sobre las brujas de Daraquiel.
Fui sacando del coche las revistas y los periódicos y empecé a ayudarle a colocarlos. Parecía que hoy sí le apetecía algo de compañía y conversación, así que aproveché para decirle:
-El otro día me vinieron dos chicas a pedirme información sobre la leyenda de las brujas de Daraquiel.
-Ah, ¿sí? ¿Quiénes?– respondió él, muy interesado.
Suerte que supe improvisar rápido:
-Dos chicas, no sé, yo creo que de primero de carrera, de Filología o Historia que se ve que tenían que hacer un trabajo sobre leyendas y mitos y habían escogido el tema de las brujas de Daraquiel.
-Interesante tema.
-Sí.
-¿Tú crees en las brujas?
Me desconcertó tanto la pregunta que tiré al suelo las dos revistas que estaba colocando en ese momento. Antonio se echó a reír:
-Esa reacción me responde a la pregunta. Y es normal, porque las brujas existieron y quizá existen, y no sólo en Daraquiel, sino en todo el país.
Que me lo diga Paz pase, pero escucharlo de boca de Antonio ya era preocupante.
-Lo que pasa es que muchas de las brujas de Daraquiel no fueron ajusticiadas y tú bien sabes que la brujería se transmite entre generaciones. Por eso aquí se mantiene el sobrenombre de pueblo de brujas. Sin ir más lejos, la familia Villalonga Negrete, entre otras, tiene antecedentes demostrables de casos de brujería.
Te cagas. Eso sí que no lo esperaba. Villalonga Negrete. Ésos eran los apellidos de mi jefa.





           

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