viernes, 4 de mayo de 2012

CAPÍTULO XXIV: Extraño triángulo.


                                                                                                            
XXIV
EXTRAÑO TRIÁNGULO.

            No sabría hacer memoria para explicar cómo llegamos a esa situación. Los tres. Desnudos. Brian, Juanjo y yo. Haciendo el amor. Follando.
            Los primeros días de Brian en el piso me desquiciaron por completo. Tenía unos celos tan incontrolables como razonables. Porque aquello –aunque era difícil valorar la “normalidad” de la situación que yo mismo había consentido accediendo a meter en casa al tío que Juanjo había conocido en un chat y con el que llevaba semanas mandándose whatsapp– no era “normal”. El tonteo que se traían los dos clamaba al cielo. Encima porque lo hacían sin pudor delante de mis narices. Cuando volvía de la universidad los viernes por la tarde, que Juanjo ya había salido del Zoo, me los encontraba de cañas en el salón de casa charlando y riendo animosamente. Y para más inri, Brian había resultado ser un hombre de lo más atractivo e interesante. Me gustaba hasta a mí. Con razón tenía celos de él. Pero tan idiota era que me esforzaba en esconderlos para ganarme el ridículo gallifante de “novio comprensivo y liberal”.
            Sus definidos glúteos eran un ataque directo a los míos, esmirriados y vergonzantes. Por eso Juanjo los acariciaba y los lamía con una desacostumbrada devoción, deleitándose en los detalles y gozando con una naturalidad que, cuanto menos, me desconcentraba y me paralizaba a ratos sin saber qué hacer, gestándose así el que iba a ser el primer gatillazo de mi vida. He podido tener otros problemas sexuales como eyaculaciones precoces o inapetencia, pero el bombeo sanguíneo siempre me ha funcionado muy bien.
            Gracias a Brian, empecé a trabajar de manera eventual como refuerzo o haciendo alguna sustitución en El cangrejo, donde él ejercía de relaciones públicas. Un mítico local de El Raval con actuaciones de drag queens, que mantenía la estética clásica de los shows de transformismo y el estilo pop revival. Fueron unos días intensos y emocionantes. Había sobrevivido ileso al ensayo clínico, y aún me quedaban energías suficientes para rememorar tiempos pasados poniendo copas como si nunca hubiera dejado de hacerlo. Ello fue, en buena parte también, por el gran apoyo que recibí de Brian y del resto de compañeros que enseguida me trataron como uno más.
            Mientras se lo follaba, Juanjo me miraba. Y yo a él. Había una extraña parte de morbo en aquello. Me gustaría haberle transmitido lo que sentía y haber leído en sus ojos lo que él sentía. Pero ni yo mismo lo sabía. Su mirada sólo reflejaba disfrute y placer. El placer genérico de alguien que se lo está pasando bien. Luego me tocó la mejilla y yo le besé la mano. Fue el único gesto de cariño entre tanto sexo animal.
            A sus 34 años, Brian Tedder era un “ciudadano del mundo”. Había estado en mil sitios y hablaba español, catalán, inglés, alemán, francés, italiano y hasta algo de chino. Pese al rechazo inicial, no tuve más remedio que cogerle cariño y terminé acercándome a él tanto o más que Juanjo. Supongo que ahí empezó a surgir lo del trío. Tenía un cuerpo perfecto, moldeado con horas diarias de deporte y una equilibradísima alimentación que cumplía a raja tabla a pesar de sus complicados horarios y de su frenético ritmo de vida. Podía hablar de cualquier tema, y de todo tenía algún dato interesante que aportar. ¿Qué mejor elección que él? Fue lo que me terminó preguntando Juanjo después de una larga noche hablando. Me había dicho que necesitaba probar conmigo cosas nuevas en la cama, que últimamente habíamos caído en una rutina que no nos estaba beneficiando como pareja. Y a los dos nos pareció buena idea incluir a una tercera persona para reavivar la llama. Y Brian era el candidato perfecto.
            Fue él quien empezó a besarnos. Primero a mi y después a Juanjo. Los dos le estábamos esperando en nuestra habitación, nerviosos y excitados. Él llegó en toalla, recién salido de la ducha, preparado como un animal en celo, luciendo pectorales y tableta de abdominales. Habíamos terminado a las tantas en El cangrejo, borrachos como cubas. Después nos fuimos los tres al piso, entre risas y carantoñas, planteando medio en broma medio en serio la posibilidad de hacer un trío. Una propuesta que seguramente a Brian tampoco le cogía por sorpresa y que estaba más que dispuesto a probar, aunque no sería la primera vez que lo hacía. Estaba seguro de que en sus conversaciones previas con Juanjo por wathsapp habían hablado del tema. Mi complejo de remilgado se acentuaba ante un coleccionista de vivencias como él y un recién descubierto Juanjo ansioso de nuevas fantasías sexuales. Fetiches leather y prácticas bondage donde se establecían papeles de dominación y sumisión. Unas propuestas a las que yo estaba abierto pero que no eran prioritarias para mi en aquel momento. Mi principal preocupación era solucionar nuestros problemas de dinero y vencer la lucha que mantenía a contrarreloj para encontrar un trabajo más estable que lo de El cangrejo o una participación esporádica en un ensayo clínico y poder quedarme a vivir con él en Barcelona, renunciando definitivamente a mi puesto en la biblioteca de Daraquiel. Pero entendí que era necesario y, en el fondo, a mi también me apetecía experimentar. Después de cinco años de relación y cuatro de convivencia era lógica cierta monotonía, pero no por ello podía acomodarme a la certeza y estabilidad que por entonces todavía presuponía del que más adelante descubriría que no era un compromiso tan mutuo como pensaba.
            Juanjo y Brian remataron con un sonoro orgasmo del que yo sólo pude participar como espectador. La imbatible flacidez de mi pene se negaba a responder a los estímulos y la excitación que sí que sentía. Por eso les dejé hacer y le dije a Juanjo que no se preocupara por mí, que estaba bien. Me limité a chupárselas, acariciarlos y besarlos hasta que entendí que, de alguna manera, estaba sobrando y finalmente me retiré con discreción para dejarlos a ellos dos sólos.
            Miraba a Juanjo y recordaba la imagen reflejada en el espejo que alguna vez habíamos colocado calculadamente en la habitación para vernos a nosotros mismos haciendo el amor, precisamente para aumentar el morbo e innovar. Y me esforzaba por no buscar las comparaciones con la escena que ahora mismo estaba presenciando, pero no lo pude evitar. El cuerpo de Brian era mucho más atractivo que el mío y el Juanjo del espejo, rememorado en mi cabeza, me hacía el amor a mí.
            Cuando terminaron, Juanjo se acercó inmediatamente, después de quitarse el condón, y me besó en los labios.
           



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