XXIX
DANTE, ESTRELLA
DE LA PUBLICIDAD.
-¿Te importa si le saco una foto?
Dudé por unos segundos.
-Trabajo en una agencia de
publicidad –aclaró ella–. Y creo que podría ser el perro que están buscando
para un anuncio que se va a rodar ahora.
Dante movía el rabo ilusionado por
la atención que estaba recibiendo, intentando subirse a la rodilla de la chica
que estaba de cuclillas acariciándole. Temí que se enganchara con una de las
pezuñas en sus medias de rejilla, y le tiré un poco de la correa para que
bajara las patas. Sus dos acompañantes, otra chica y un chico de unos veinti
pocos, los tres igual de fashion, se cuchicheaban cosas al oído y
sonreían señalando a Dante.
Es verdad que no había dejado de
llamar la atención desde que llegamos a Barcelona, sobre todo cuando lo llevaba
patinando. Pero jamás pensé que se fueran a fijar en él como reclamo
publicitario. En una gran ciudad todo puede pasar, hasta que Dante encontrara
trabajo antes que yo. Era algo que empezaba a aprender y que me encantaba.
Pensé que debería haberme arreglado
un poco para la ocasión. Si hubiera lucido mis mejores galas quizá podría haber
sido aceptado como su acompañante en el anuncio. En su lugar, iba ataviado con
unas calzonas medio roídas por el uso y una sudadera de las más viejas, los
pelos despeinados y las gafas de estar por casa. Acabábamos de llegar del
gimnasio y mientras Juanjo terminaba de ducharse, yo había aprovechado para
darle su paseo nocturno. Pero eso no era excusa porque aunque no íbamos a uno
de los polideportivos más glamourosos, casi todo el mundo acudía, cuanto
menos, bien conjuntado y con una equipación deportiva adecuada. Y nunca sabes
cuándo te puedes cruzar con un cazatalentos.
Además andaba tan enfrascado en mis
pensamientos que apenas me percaté del improvisado casting canino. Desde
que volví del viaje relámpago a La Mancha con Paz, había empezado a vivir unos
efímeros pero intensos retazos de felicidad en Barcelona, cuando era capaz de
olvidarme del factor tiempo. Algo que estaba consiguiendo por primera vez en
años. No es que hubiera sido infeliz antes, pero sí es verdad que había perdido
la virtud del carpe diem. Aunque echara muy buenos ratos con mis
compañeros en los trabajos basura de camarero, siempre tenía la preocupación de
tener que encontrar algo mejor. La beca de la universidad era insuficiente para
vivir, a pesar de lo a gusto que estaba y de lo bien que me llevaba con el
resto de compañeras. Estando de teleoperador me preocupaba anclarme ahí para el
resto de la vida y estar desaprovechando tiempo de estudio para las oposiciones
y casi nunca disfrutaba de los ratos de cerveza a la salida del trabajo con los
compañeros. Y después del primer año de relativa tranquilidad en Daraquiel,
cuando Juanjo empezó en el Zoo, sólo vivía a la espera de poder irme a vivir con
él.
Pero los miedos volvían y el tiempo seguía siendo
una pesada losa para mí. El pronóstico de encontrar trabajo en Barcelona
continuaba siendo poco esperanzador y los días se me iban agotando como los
granos de un reloj de arena.
Sin embargo, la jornada de aquella mañana había sido
gratificante y me había inyectado nuevas dosis de optimismo. Por ser uno de
esos días en que toda persona con la que te topas es increíblemente agradable
contigo y te hacen volver a creer en la condición humana.
Después de dejar a Paz con Óscar en
La Rambla estrenando su nuevo espectáculo de mimo a dúo, salir a patinar con
Dante y Tree –reciente pero rezagada
incorporación a pesar de tener las patas más largas–, seguir sobre
ruedas en la bici para hacer unos recados y comprobar que al dejarla aparcada
el indicador lumínico parpadeaba en rojo como señal de que algo no estaba bien
y de que tenía que llamar al número de incidencias, un 900 en el que fui
atendido por una amabilísima e increíblemente eficiente teleoperadora que
solventó la incidencia en tiempo récord y que sonó realmente sincera al
desearme que tuviera un buen día, decidí aprovechar el buen rollo para dejar
más currículums en mano. Siempre cogía nuevas rutas para ir fijándome en las
calles y anotar en mi libreta rotulada “Búsqueda de curro en Barna 2012” la
referencia de los sitios interesantes, ya fueran bares, librerías o comercios
de cualquier otro tipo que, por lo que fuera, tuvieran algo que me llamara la
atención.
Fue así como di con El 8, una
pequeña librería vintage a cuyo tendero pregunté si podía dejarle un
currículum. Sorprendido, me preguntó que si realmente quería trabajar en su
librería, a lo que yo respondí que sí, que por qué no. Miró con atención mi
currículum versión “profesional de la información” y, aunque mal de muchos
consuelo de tontos, dijo:
-Una verdadera pena que personas tan
preparadas y con tanta formación andéis buscando trabajo de cualquier cosa.
No entré en darle más explicaciones
porque él, regentando un local como aquel que seguramente se mantendría más por
vocación que por la cuantía de las ganancias, no entendería que quisiera
cambiar el trabajo de una biblioteca por el de dependiente, cajero, camarero o
cualquier otra cosa no relacionada necesariamente con los libros. Aunque en las
estanterías del negocio también tenía discos de vinilo, radiocasetes, cintas en
VHS y otras reliquias.
-Aquí, como ves, estoy yo solo. Y no
es que haya mucho trabajo. Lo siento. Sigue buscando y espero que tengas mucha
suerte –concluyó, amable, antes de darme una serie de indicaciones de otros
sitios a los que podía acudir para preguntar.
A la chica que me hizo la entrevista
para Inditex por la tarde le pareció muy divertida mi respuesta cuando
me preguntó por qué quería trabajar en una tienda de ropa:
-Porque me gusta la ropa y creo que
podría hacerlo bien –improvisé rápidamente una verdad a medias–, aunque tampoco
soy una fashion victim –rematé.
Me despidió entre risas deseándome
suerte, con una complicidad que parecía ir más allá del mero formalismo.
Hizo un día espléndido, con un sol
radiante. Y la noche también invitaba a disfrutar de un agradable paseo por las
calles de Barcelona. Quién me iba a decir que la jornada terminaría con el
colofón de semejante propuesta.
-No te puedo decir aún si serían uno
o dos días, pero solo serían unas horas, eso sí. Y te pagaríamos unos
trescientos euros –la publicista le echó un par de fotos a Dante, de frente y
de perfil, y anotó mi número de teléfono para llamarme al día siguiente–. Yo me
llamo Cinthia –terminó, dándome dos minúsculos besitos.
Juanjo pensó que era broma cuando se
lo conté y no fue hasta el día siguiente con la llamada de Cinthia concretando
los detalles, cuando se lo creyó de verdad.
Me levanté muy temprano porque me
había propuesto ir andando tranquilamente hasta el polígono donde estaba la
nave industrial en que la agencia Trec Studios tenía su sede, en la otra
punta de Barcelona, por detrás de la Torre Agbar. Y esta vez sí me arreglé todo
lo posible para el evento, para estar a la altura de la nueva estrella canina
de la publicidad. Nos citaron a las diez de la mañana y por nada del mundo
quería llegar tarde. No me quedó muy claro si era una grabación o una sesión de
fotos, pero tampoco me importaba. Los ojos me hacían chiribitas con el símbolo
del euro y mi paso rápido iba dirigido por el ansia de popularidad.
Aunque le dije a Juanjo de
repartirnos a medias las ganancias, él me dijo que me lo quedara yo todo. Al
final acepté pero con idea de aprovechar ese dinero para sorprenderle haciendo
una compra de comida grande para todo el mes y guardar el resto para su regalo
de cumpleaños, que estaba a la vuelta de la esquina.
Al fin y al cabo, Dante era tan mío
como suyo. Lo salvamos de una muerte casi segura. Era el cuarto cachorro de una
camada de teckels destinada a la caza. Como no mostró las aptitudes necesarias
para tal fin, la familia con que vivía lo abandonó a su suerte en los
alrededores del cortijo que tenían a las afueras de Daraquiel hasta que un
señor, fiel usuario matutino de la biblioteca, lo recogió y vino contándome la
historia. Él no se podía hacer cargo del perro y cuando lo vimos (porque por
entonces Juanjo se venía conmigo a la biblioteca para estudiar), tan delgadito,
con las costillas marcadas y esa carita de expresión triste, no lo dudamos ni
un segundo y nos quedamos con él. Desde entonces su vida dio un giro de 360
grados. Pasó de guarecerse a la intemperie a tener cama propia, un hueco del
sofá para sus largas siestas y una dedicación casi comparable a la que se tiene
con un hijo. Aprovechamos un viaje al pueblo de Juanjo para que el veterinario,
amigo de él, lo desparasitara, le pusiera al día las vacunas y le abriera su
cartilla. Documento en el que solo podía figurar un propietario. Alguna vez habíamos
bromeado con un posible reparto de su custodia en caso de separación, y Juanjo
tendría las de ganar porque fue su nombre el que se puso.
Hasta que llegué a la puerta de la
agencia, no me paré a pensar en el bienestar de Dante. Y en desear que no fuera
un problema decidir cuál de los dos se quedaría con él. No había por qué
desconfiar, pero me sentí mal por no haber preguntado en ningún momento qué es
lo que querían exactamente de él para el anuncio. Ni yo ni Juanjo nos lo
planteamos, cegados los dos por el dinero.
Fue lo primero que quise saber cuando entré y ya me
atendieron.
-Van a
ser unas fotos –me explicó Cinthia–. Tardaremos lo que haga falta hasta que los
fotógrafos consigan lo que necesitan. No es nada complicado –mientras me iba
contando, Dante lo iba olfateando todo. Un regalo de olores provenientes de los
canapés, montaditos, fruta, frutos secos, sándwichs y demás exquisiteces del catering
con que contaban, dispuestas con una inmaculada presentación sobre una mesa a
la entrada–. Se trata de una campaña publicitaria que se va a lanzar al mercado
farmaceútico a nivel mundial, menos en Estados Unidos y Canadá. Es un
medicamento pulmonar, y la idea es representar una rueda con las acciones
cotidianas del día a día de un hombre de mediana edad afectado de esta
dolencia, para demostrar que con el tratamiento se puede llevar una vida
perfectamente normal. Y entre esas acciones, está la de sacar al perro. A tu
Dante –terminó.
Tu Dante. Vuestro Dante. Mi
Dante. Nuestro Dante. Los pronombres posesivos empezaban a adquirir una inusual
trascendencia en mi cabeza.
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