viernes, 8 de junio de 2012

CAPÍTULO XXIX: Dante, estrella de la publicidad.


XXIX
DANTE, ESTRELLA DE LA PUBLICIDAD.

            -¿Te importa si le saco una foto?
            Dudé por unos segundos.
            -Trabajo en una agencia de publicidad –aclaró ella–. Y creo que podría ser el perro que están buscando para un anuncio que se va a rodar ahora.
            Dante movía el rabo ilusionado por la atención que estaba recibiendo, intentando subirse a la rodilla de la chica que estaba de cuclillas acariciándole. Temí que se enganchara con una de las pezuñas en sus medias de rejilla, y le tiré un poco de la correa para que bajara las patas. Sus dos acompañantes, otra chica y un chico de unos veinti pocos, los tres igual de fashion, se cuchicheaban cosas al oído y sonreían señalando a Dante.
            Es verdad que no había dejado de llamar la atención desde que llegamos a Barcelona, sobre todo cuando lo llevaba patinando. Pero jamás pensé que se fueran a fijar en él como reclamo publicitario. En una gran ciudad todo puede pasar, hasta que Dante encontrara trabajo antes que yo. Era algo que empezaba a aprender y que me encantaba.
            Pensé que debería haberme arreglado un poco para la ocasión. Si hubiera lucido mis mejores galas quizá podría haber sido aceptado como su acompañante en el anuncio. En su lugar, iba ataviado con unas calzonas medio roídas por el uso y una sudadera de las más viejas, los pelos despeinados y las gafas de estar por casa. Acabábamos de llegar del gimnasio y mientras Juanjo terminaba de ducharse, yo había aprovechado para darle su paseo nocturno. Pero eso no era excusa porque aunque no íbamos a uno de los polideportivos más glamourosos, casi todo el mundo acudía, cuanto menos, bien conjuntado y con una equipación deportiva adecuada. Y nunca sabes cuándo te puedes cruzar con un cazatalentos.
            Además andaba tan enfrascado en mis pensamientos que apenas me percaté del improvisado casting canino. Desde que volví del viaje relámpago a La Mancha con Paz, había empezado a vivir unos efímeros pero intensos retazos de felicidad en Barcelona, cuando era capaz de olvidarme del factor tiempo. Algo que estaba consiguiendo por primera vez en años. No es que hubiera sido infeliz antes, pero sí es verdad que había perdido la virtud del carpe diem. Aunque echara muy buenos ratos con mis compañeros en los trabajos basura de camarero, siempre tenía la preocupación de tener que encontrar algo mejor. La beca de la universidad era insuficiente para vivir, a pesar de lo a gusto que estaba y de lo bien que me llevaba con el resto de compañeras. Estando de teleoperador me preocupaba anclarme ahí para el resto de la vida y estar desaprovechando tiempo de estudio para las oposiciones y casi nunca disfrutaba de los ratos de cerveza a la salida del trabajo con los compañeros. Y después del primer año de relativa tranquilidad en Daraquiel, cuando Juanjo empezó en el Zoo, sólo vivía a la espera de poder irme a vivir con él.
Pero los miedos volvían y el tiempo seguía siendo una pesada losa para mí. El pronóstico de encontrar trabajo en Barcelona continuaba siendo poco esperanzador y los días se me iban agotando como los granos de un reloj de arena.
Sin embargo, la jornada de aquella mañana había sido gratificante y me había inyectado nuevas dosis de optimismo. Por ser uno de esos días en que toda persona con la que te topas es increíblemente agradable contigo y te hacen volver a creer en la condición humana.
            Después de dejar a Paz con Óscar en La Rambla estrenando su nuevo espectáculo de mimo a dúo, salir a patinar con Dante y Tree –reciente pero rezagada  incorporación a pesar de tener las patas más largas–, seguir sobre ruedas en la bici para hacer unos recados y comprobar que al dejarla aparcada el indicador lumínico parpadeaba en rojo como señal de que algo no estaba bien y de que tenía que llamar al número de incidencias, un 900 en el que fui atendido por una amabilísima e increíblemente eficiente teleoperadora que solventó la incidencia en tiempo récord y que sonó realmente sincera al desearme que tuviera un buen día, decidí aprovechar el buen rollo para dejar más currículums en mano. Siempre cogía nuevas rutas para ir fijándome en las calles y anotar en mi libreta rotulada “Búsqueda de curro en Barna 2012” la referencia de los sitios interesantes, ya fueran bares, librerías o comercios de cualquier otro tipo que, por lo que fuera, tuvieran algo que me llamara la atención.
            Fue así como di con El 8, una pequeña librería vintage a cuyo tendero pregunté si podía dejarle un currículum. Sorprendido, me preguntó que si realmente quería trabajar en su librería, a lo que yo respondí que sí, que por qué no. Miró con atención mi currículum versión “profesional de la información” y, aunque mal de muchos consuelo de tontos, dijo:
            -Una verdadera pena que personas tan preparadas y con tanta formación andéis buscando trabajo de cualquier cosa.
            No entré en darle más explicaciones porque él, regentando un local como aquel que seguramente se mantendría más por vocación que por la cuantía de las ganancias, no entendería que quisiera cambiar el trabajo de una biblioteca por el de dependiente, cajero, camarero o cualquier otra cosa no relacionada necesariamente con los libros. Aunque en las estanterías del negocio también tenía discos de vinilo, radiocasetes, cintas en VHS y otras reliquias.
            -Aquí, como ves, estoy yo solo. Y no es que haya mucho trabajo. Lo siento. Sigue buscando y espero que tengas mucha suerte –concluyó, amable, antes de darme una serie de indicaciones de otros sitios a los que podía acudir para preguntar.
            A la chica que me hizo la entrevista para Inditex por la tarde le pareció muy divertida mi respuesta cuando me preguntó por qué quería trabajar en una tienda de ropa:
            -Porque me gusta la ropa y creo que podría hacerlo bien –improvisé rápidamente una verdad a medias–, aunque tampoco soy una fashion victim –rematé.
            Me despidió entre risas deseándome suerte, con una complicidad que parecía ir más allá del mero formalismo.
            Hizo un día espléndido, con un sol radiante. Y la noche también invitaba a disfrutar de un agradable paseo por las calles de Barcelona. Quién me iba a decir que la jornada terminaría con el colofón de semejante propuesta.
            -No te puedo decir aún si serían uno o dos días, pero solo serían unas horas, eso sí. Y te pagaríamos unos trescientos euros –la publicista le echó un par de fotos a Dante, de frente y de perfil, y anotó mi número de teléfono para llamarme al día siguiente–. Yo me llamo Cinthia –terminó, dándome dos minúsculos besitos.
            Juanjo pensó que era broma cuando se lo conté y no fue hasta el día siguiente con la llamada de Cinthia concretando los detalles, cuando se lo creyó de verdad.
            Me levanté muy temprano porque me había propuesto ir andando tranquilamente hasta el polígono donde estaba la nave industrial en que la agencia Trec Studios tenía su sede, en la otra punta de Barcelona, por detrás de la Torre Agbar. Y esta vez sí me arreglé todo lo posible para el evento, para estar a la altura de la nueva estrella canina de la publicidad. Nos citaron a las diez de la mañana y por nada del mundo quería llegar tarde. No me quedó muy claro si era una grabación o una sesión de fotos, pero tampoco me importaba. Los ojos me hacían chiribitas con el símbolo del euro y mi paso rápido iba dirigido por el ansia de popularidad.
            Aunque le dije a Juanjo de repartirnos a medias las ganancias, él me dijo que me lo quedara yo todo. Al final acepté pero con idea de aprovechar ese dinero para sorprenderle haciendo una compra de comida grande para todo el mes y guardar el resto para su regalo de cumpleaños, que estaba a la vuelta de la esquina.
            Al fin y al cabo, Dante era tan mío como suyo. Lo salvamos de una muerte casi segura. Era el cuarto cachorro de una camada de teckels destinada a la caza. Como no mostró las aptitudes necesarias para tal fin, la familia con que vivía lo abandonó a su suerte en los alrededores del cortijo que tenían a las afueras de Daraquiel hasta que un señor, fiel usuario matutino de la biblioteca, lo recogió y vino contándome la historia. Él no se podía hacer cargo del perro y cuando lo vimos (porque por entonces Juanjo se venía conmigo a la biblioteca para estudiar), tan delgadito, con las costillas marcadas y esa carita de expresión triste, no lo dudamos ni un segundo y nos quedamos con él. Desde entonces su vida dio un giro de 360 grados. Pasó de guarecerse a la intemperie a tener cama propia, un hueco del sofá para sus largas siestas y una dedicación casi comparable a la que se tiene con un hijo. Aprovechamos un viaje al pueblo de Juanjo para que el veterinario, amigo de él, lo desparasitara, le pusiera al día las vacunas y le abriera su cartilla. Documento en el que solo podía figurar un propietario. Alguna vez habíamos bromeado con un posible reparto de su custodia en caso de separación, y Juanjo tendría las de ganar porque fue su nombre el que se puso.
            Hasta que llegué a la puerta de la agencia, no me paré a pensar en el bienestar de Dante. Y en desear que no fuera un problema decidir cuál de los dos se quedaría con él. No había por qué desconfiar, pero me sentí mal por no haber preguntado en ningún momento qué es lo que querían exactamente de él para el anuncio. Ni yo ni Juanjo nos lo planteamos, cegados los dos por el dinero.
            Fue lo primero que quise saber cuando entré y ya me atendieron.
            -Van a ser unas fotos –me explicó Cinthia–. Tardaremos lo que haga falta hasta que los fotógrafos consigan lo que necesitan. No es nada complicado –mientras me iba contando, Dante lo iba olfateando todo. Un regalo de olores provenientes de los canapés, montaditos, fruta, frutos secos, sándwichs y demás exquisiteces del catering con que contaban, dispuestas con una inmaculada presentación sobre una mesa a la entrada–. Se trata de una campaña publicitaria que se va a lanzar al mercado farmaceútico a nivel mundial, menos en Estados Unidos y Canadá. Es un medicamento pulmonar, y la idea es representar una rueda con las acciones cotidianas del día a día de un hombre de mediana edad afectado de esta dolencia, para demostrar que con el tratamiento se puede llevar una vida perfectamente normal. Y entre esas acciones, está la de sacar al perro. A tu Dante –terminó.
            Tu Dante. Vuestro Dante. Mi Dante. Nuestro Dante. Los pronombres posesivos empezaban a adquirir una inusual trascendencia en mi cabeza.
   



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