lunes, 11 de junio de 2012

CAPÍTULO XXX: Regalo de cumpleaños. El último te quiero.

XXX
REGALO DE CUMPLEAÑOS.
EL ÚLTIMO TE QUIERO.

            Fuera como fuera, estuviéramos en un buen o en un mal momento de nuestra relación, Juanjo y yo siempre habíamos mantenido la ilusión en nuestros cumpleaños. Dejando el listón del factor sorpresa cada año más alto. Reinventando la forma de celebrarlo, y demostrándonos con un regalo muy especial lo mucho que nos queríamos.
            No siempre eran regalos caros y vistosos. Además de las manualidades que rescaté de las últimas cosas que nos quedaban en casa de Paz, también habíamos tenido tartas caseras, montajes de fotos, juegos artesanales de ir siguiendo una serie de pistas para dar con el regalo final, tarjetas canjeables por masajes, viajes imaginarios...
            Siempre intentábamos reunir al mayor número de amigos posible para festejarlo por todo lo alto, con una merienda o una cena en casa. Globos, confeti, matasuegras. Todo lo necesario para una espontánea regresión a la infancia. Rescatando de ella su ilusión y su ternura. Más de una vez, alguno de nuestros invitados nos habían tachado de empalagosos por el boato y el exceso de edulcoración. Era la época en la que nos dábamos muestras de cariño, además de en privado, a veces también en público. Rozando quizá un amor materno de sonoros besos en la mejilla, de miradas protectoras. Queriendo regalarnos una fiesta de cumpleaños que haría las delicias de cualquier hijo.
Entrañables recuerdos que ahora se veían borrosos. Pero que aún perduraban en fotos y en redes sociales que me puse a mirar como un tonto. Más que por buscar ideas, por alimentar la inspiración que me faltaba para dedicarle su tarjeta de felicitación.
            Aquel cumpleaños de Juanjo iba a ser el quinto que celebrábamos juntos y, como en los anteriores, me exprimí la cabeza al máximo pensando en el regalo que más ilusión pudiera hacerle. A pesar de no ser muy cuantioso, mi presupuesto era mayor que el inicialmente previsto. Con el anuncio de Dante y que ya me habían pagado lo del ensayo clínico y la parte que quedaba de mi último sueldo de la biblioteca, reservando lo necesario para los gastos mensuales, podía comprar lo que en principio había pensado poner en un vale canjeable.
Aún así me pareció divertida la idea de darle el vale y luego sorprenderle con el regalo real. Ése iba a ser el único factor sorpresa esta vez porque Juanjo me había insistido en que por favor no organizara nada en casa, que no tenía ganas de fiesta y que además con Paz y Tree allí no le parecía el momento. Objeción que decidí aprovechar para hacer algo más íntimo, solo de los dos. En un nuevo intento de contribuir a mejorar el delicado estado de nuestra relación. Que no es que no pasara por su mejor momento. Atravesaba, casi con total seguridad, el peor de todos.
Pero, como había pasado en otras ocasiones, yo aún mantenía la esperanza de que lo superaríamos y seguiríamos adelante. La nuestra nunca había sido una historia fácil, y podíamos hacer gala orgullosos de haber vencido obstáculos que habían acabado con otras relaciones. En este caso, mi fracaso en la búsqueda de trabajo me iba obligando de una forma cada vez más irremediable a volver a Daraquiel. Algo que me apetecía tanto como arrancarme la piel a tiras. Pero tampoco podía renunciar a aquello porque ni Juanjo me lo había ofrecido ni yo era capaz de pedírselo y, en el fondo, me daba miedo aceptar esa posible situación. Así que el ogro de la distancia volvería a dificultar las cosas entre nosotros.
No me quería agobiar con la idea porque seguía viéndolo como algo temporal. Los dos fines de semana al mes cuyos viernes tuviera clase retomaría el hábito de coger el tren de madrugada desde Alzamil de San Germán a Barcelona, ya sin tanto equipaje porque la mudanza por fin estaba concluida, y aunque seguramente ya no tendría la opción de vivir en casa de Paz, me metería en un piso compartido para ahorrar gastos. Los días de asuntos propios y las vacaciones que me quedaran las invertiría en ir a Barcelona. Seguiría echando currículums hasta que, antes o después, me saliera algo y pudiera dejar ya Daraquiel definitivamente. Sólo faltaba ese último esfuerzo. Habíamos acondicionado el piso a nuestro gusto, con un robo de por medio, a Juanjo ya le habían confirmado que le renovaban el contrato en el Zoo, podíamos seguir con el bed and breakfast una vez que Paz se fuera para tener algún ingreso extra y con mi sueldo seguiría poniendo mi mitad del alquiler.
Estuve varios días buscando en google información sobre utensilios y fetiches leather. Ése iba a ser mi regalo. Una estética y unas prácticas con las que yo también había empezado a fantasear a raíz de la propuesta de Juanjo aquella noche. Instrumental, complementos, juguetes, adornos, todo un mundo pensado para el placer y para dar rienda suelta a los deseos más ocultos. Vi algunos vídeos, entré en foros sobre el tema, consulté blogs especializados, tiendas online y finalmente me decidí por unas correas y unos suspensorios. En las descripciones que acompañaban a las fotos de los diferentes modelos disponibles casi siempre se ponían en relación con papeles de dominación y sumisión, en caso de pareja, o de roles diversos en orgías sexuales.
Abanderado como me consideraba del movimiento feminista en lucha por la igualdad de género después de haber participado en voluntariados culturales con mujeres amas de casa de las que se escuchaban auténticas barbaridades de aceptación de sumisión y haber trabajado codo a codo con otras que me enseñaron mucho, siempre había rechazado, de forma sistemática, el establecimiento de “roles”. De ningún tipo, ni sexuales ni de comportamiento. Porque, de una manera u otra, el uno puede conllevar al otro. De hecho, cuando yo también chateaba, de las preguntas que más me echaban para atrás cuando empezaba a hablar con alguien y que a punto estuvo de hacerme zanjar la primera conversación virtual con Juanjo, era la de “¿y tú qué eres? ¿pasivo o activo?”. Suerte que cada vez se puso más de moda el término “versátil”.
Me violentaba tener que establecer de antemano quién se iba a poner mirando para Cuenca. Simplificaba tanto la complejidad de una relación sexual que no lo podía llegar a entender. Cada pareja que he tenido me ha despertado algo distinto, y el sexo nunca es igual con una persona que con otra. Al menos para mí. Está claro que se tienen preferencias y gustos concretos, pero asumir una postura sin más es perderse todo un mundo de posibilidades, cerrarse a probar cosas nuevas. Igual yo me había vuelto un poco sota, caballo y rey. Y antes del trío con Brian es verdad que con Juanjo había caído en el polvo fácil y conocido, donde los roles estaban inevitablemente establecidos.
Precisamente por no querer que eso se convirtiera en norma me daba cierto temor el regalo. Porque, por un lado, pensaba que nos ayudaría a innovar pero, por otro, que iba a acentuar aún más la asignación de roles. Y también había leído algo de que a la hora de poner en práctica una fantasía había que tenerlo muy claro por las dos partes, para evitar decepciones. Temía que su interpretación sexual de dominación me hiciera sentir aún más sumiso y dependiente. No andaba yo con la autoestima muy alta, y me sentía poco deseado. Tenía cierto miedo a que ése sentimiento aumentara viéndome “sometido” a él.
Compré una caja de cartón y la decoré con pegatinas de flores y corazoncitos y en la tapa hice un dibujo en acuarela de una viñeta de uno de los cómics gay que le gustaban a él. Lo ñoño con lo morboso, quizá porque así quería que fuera nuestro sexo con aquellas prendas leather. Sexo salvaje pero con amor. Qué tópico tan típico.
Dentro metí una casita de chocolate, a falta de tarta, que compré en una panadería por la que siempre pasaba cuando paseaba a Dante y un sobre con el falso vale canjeable. Escondí los regalos debajo de la cama y me senté a esperar que llegara del trabajo para darle la caja después de cenar, justo cuando fueran las doce de la noche, y el resto después. Paz se iba a quedar a dormir con Óscar, no sé muy bien dónde ni en qué condiciones, pero me repitió una y otra vez que no me preocupara, que esa noche tendríamos el piso para nosotros solos.
Juanjo llegó cansado y de mal humor.
-He tenido un día asqueroso, y encima he terminado discutiendo con mi jefe –fue su saludo al entrar.
Cenamos y cuando fue la hora, con toda mi ilusión, le di la caja. Sin mucha efusividad, la abrió y leyó mi tarjeta de felicitación:

¡Muchas felicidades, rey!
¡29 ya! Empiezas a hacerte mayor, ¿eh? Ya casi me alcanzas, jeje… Espero que pases un día genial, aunque sea trabajando y lejos de los tuyos, pero lo importante es que un año más podamos celebrarlo juntos, a pesar de todo.
Sé que últimamente estamos más distanciados que nunca, no sé si es por el trabajo, por las circunstancias, por la visita de Paz o por todo un poco. Y aunque esta vez no has querido que organizara nada especial, no quería perder la ocasión de hacerte algún regalo especial para que no olvides que para mí sigues siendo lo más importante. Ya sabes que no estoy en mi mejor momento económico, así que este año vendrá con un poco de retraso. Pero para que quede constancia, ahí te dejo este vale canjeable por cualquier prenda leather que elijas, para que hagas realidad tus fantasías.
Soy muy feliz de seguir compartiendo cumpleaños contigo y mientras escribía esto, nos he estado imaginando como dos cascarrabias sentados en un banco dando de comer a las palomas del parque, envejeciendo juntos y compartiendo el resto de nuestras vidas hasta vernos como dos abuelitos achacosos.
Estoy seguro de que poco a poco las cosas nos irán saliendo y las dificultades se superarán, como ya las hemos superado tantas veces antes…
No estoy muy inspirado, así que solo me queda decirte que TE QUIERO mucho mucho, como el trucho al trucho y… ¡que cumplas muchos más! ¡y que yo esté a tu lado para celebrarlos!
Mil besos de colores,

Dani.

 Sacó la casita de chocolate y la puso encima de la mesa. Luego cerró la caja y dijo:
-Yo no tengo ganas de chocolate ahora. Cómetela tú.
Y la noche terminó como las últimas. Cada uno sentado en un lado del sofá con su ordenador. Juntos pero en dos mundos diferentes. No hubo sexo y el regalo se quedó debajo de la cama sin estrenar. Pensé que suerte que la tienda online donde lo compré daba la opción de devolverlo en un plazo de quince días, reembolsando el dinero.


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