miércoles, 28 de marzo de 2012

CAPÍTULO XXII: ...El amor sale por la ventana.

XXII
… EL AMOR SALE POR LA VENTANA.

            -¿Y cómo pudieron hacer una copia de las llaves? –Juanjo no daba crédito a lo que el policía nos estaba contando.
            -Ya le digo, señor, en un momento de despiste cogerían una de sus llaves y mientras subían y bajaban los bultos, uno de ellos iría a una ferretería y haría la copia –respondió, en un ofensivo tono, incluyéndonos sin piedad en la lista de los otros 17 robos de la banda.
            Juanjo y yo salimos con la denuncia en la mano, el orgullo por los suelos y sin ningún tipo de consuelo. “Aunque la banda haya sido desarticulada, es muy posible que no recuperen sus pertenencias porque seguramente ya lo hayan vendido todo. Son gente muy profesional”, fue la sentencia con que nos despidieron de la comisaría.
            -Y ahora, ¿qué vamos a hacer? –pregunté retóricamente, supongo.
            -Jodernos… ¿Qué vamos a hacer? Jodernos –Juanjo empezaba a usar sus peores modales–. ¿Volver a comprar los muebles con el dinero que no tenemos? ¿Esperar que los putos rumanos nos los traigan de vuelta? ¿Cómo has podido ser tan despistado?
            ¿Has podido? Aquella conversación no iba a acabar bien.
            -Bueno, Juanjo, tanta culpa he podido tener yo como tú. Allí estábamos los dos –dije, intentando apaciguar los ánimos.
            -Dani, yo estaba abajo sujetándoles la puerta del portal. Las llaves las cogerían de casa. La otra copia que tenemos colgada en la pared de la entrada.
            -Vale, no te digo que no, no me daría cuenta –seguía esforzándome en mantener la calma–. Pero si tú estabas abajo, también podrías haberte dado cuenta de que entraban en la ferretería a hacer la copia.
            -Sí claro, la furgoneta aparcada en la otra punta, los dos subiendo y bajando, cargando cosas, y yo me voy a dar cuenta de que entran en la ferretería ¿no te jode?
            Preferí callarme para no discutir más.
            -Pues nada, a seguir durmiendo en el suelo –intenté desdramatizar–. Porque lo de alquilar la habitación, de momento, tendrá que esperar –de repente, me acordé de una cosa que me había dicho Judith la enfermera–. Aunque, espera un momento, igual hay una solución… ¿Qué día es hoy?
            -Lunes, ¿por qué? –respondió Juanjo, de mala gana.
            -Hablando con la enfermera el otro día de lo que habíamos comprado en IKEA y tal, me contó que ella y el novio al principio aprovecharon alguno de los muebles viejos que la gente deja en la calle los lunes por la noche. Podemos darnos un paseo por el barrio a ver si encontramos algo interesante… No sé, por lo menos un colchón para dormir.
Por lo visto, en Barcelona, los lunes por la noche se celebra algo así como un mercadillo popular del trueque. La gente deja en la calle sus muebles viejos, y no siempre porque estén inservibles, para que otras personas los puedan aprovechar antes de que se los lleven los servicios de limpieza.
            -¿Un colchón? ¿de la calle? Yo prefiero dormir en el suelo.
            -Juanjo, hijo, se limpia bien y por lo menos nos hace el apaño, que yo tengo la espalda destrozada
            -Muy buena idea, sí. Y si te parece, amueblamos también la otra habitación con muebles de la calle para alquilarla. Seguro que nos sobran los candidatos. “Piso compartido en El Raval, a cinco minutos de La Rambla, muy céntrico y bien comunicado. Habitación individual amueblada con muebles viejos recogidos de la calle. Toda una ganga. Gran oportunidad, no la deje escapar” –el sarcasmo de Juanjo ya rozaba lo impertinente.
            -Bueno, mira, vete a la mierda –no pude contenerme más–. Al carajo, se compran los muebles otra vez y ya está.
            -Sí, ya me dirás con qué dinero. ¿Con lo que a mí no me queda ya? ¿O con lo que a ti no te pagan de la biblioteca?
            -Bueno, a mi todavía me queda algo de los ahorros –pensé, antes de seguir el ofrecimiento–, aunque de ahí tengo que guardar para la letra del coche.
            -Pues a mí me viene facturón del móvil.
            -Claro…
            -¿Claro por qué? Si ya casi ni llamo, con la tarifa plana de internet sólo uso el WhatsApp.
            -Sí, ya lo sé, bien que lo usas.
            -¿Qué coño te pasa?
            -A mi nada, ¿y a ti? ¿Quién coño es Brian Tedder? ¿y por qué coño te manda mensajes a las tres de la madrugada? –al final, como siempre, solté la puya de mala manera y sin venir a cuento.   

           

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