jueves, 8 de noviembre de 2012

CAPÍTULO XXXIV (1ª parte): Una ciudad del Norte de Alemania y dos grandes amigas. Sentimientos enfrentados entre viajes de ida y vuelta.

XXXIV
UNA CIUDAD DEL NORTE DE ALEMANIA Y DOS GRANDES AMIGAS.
SENTIMIENTOS ENFRENTADOS ENTRE VIAJES DE IDA Y VUELTA.

         1ª Parte

         Y si es cierto que has dejado de quererme
yo te pido,
por favor,
¡no me lo digas!

Necesito hoy
y todavía
navegar
inocente en tus mentiras...

Sentado junto a la ventanilla en aquella angosta butaca que tan mal combinaba los colores azul eléctrico y amarillo chillón, señas de identidad de la compañía de vuelos a bajo coste por excelencia, seguía con la cabeza más absorta en mi demencial análisis de cada segundo de relación con Juanjo que en el nuevo viaje que iba a emprender después de Almería. Buscando mentalmente reinterpretaciones o dobles sentidos a situaciones, comentarios, reacciones, gestos… En un mes libre al que todavía le quedaban demasiados días para terminar y en el que había podido quedar con demasiada gente para escuchar todo tipo de opiniones. En la veda que pareció abrirse incontrolablemente para dictamen y juicio popular.
Opiniones incrédulas: se os veía tan bien, eso no cambia así de la noche a la mañana.
Duras: seguro que hay otro aunque no te lo haya dicho.
Románticas: la situación os lo ponía todo en contra.
Materialistas: siempre habéis estado hasta arriba con los agobios de dinero y eso, quieras que no, desgasta.
Retorcidas: lo tenía todo pensado, te ha utilizado hasta que ya no te ha necesitado.
De manual: la rutina, la crisis de los cinco años juntos
Metódicas: no ha cumplido el pacto de total sinceridad porque te ha avisado cuando ya lo tenía decidido, no cuando le empezaron a surgir las dudas.
Ninguna que yo no hubiera pensado en algún momento. Ni una ni otra. O todas a la vez. Atenuantes más que motivos. El resultado era que seguía intentando entender el “verdadero por qué” de su final, mientras las azafatas gesticulaban las normas de seguridad y de evacuación en caso de emergencia. Las parcas e inconclusas explicaciones que Juanjo me había dado ese 29-M no terminaban de convencerme. Y no por una cuestión de vanidad propia sino por un verdadero deseo de no ensuciar la quizá demasiado idealizada imagen que hasta entonces había tenido de él.
Despegue de un viaje solo posible por la invitación de una incondicional salvavidas y amiga de nombre capicúa. Anna. En cuanto se enteró de todo lo ocurrido no dudó en regalarme un billete de avión para Hamburgo, ciudad en la que ya se había instalado cómodamente tras varios años de dura y constante lucha, junto al que ahora se anunciaba como su futuro y flamante marido. Sacándome de la habitación de un piso compartido encontrado sin ningún tipo de comparativa, por lo improvisado, en la capital de Daraquiel. Rescatándome de un encierro de lágrimas y dudas en el que había decidido enclaustrarme hasta que tuviera que volver a incorporarme al trabajo en la biblioteca, después del fracasado viaje con Paz. No quería ver ni hablar con más gente.
Retiro en el que el único contacto con el mundo exterior era mi ordenador y su conexión a internet, desde el que le escribí a Anna un infumable mar de letras lagrimosas concluyendo con una ambigua “reflexión” que explicaba en buena parte mi caos vital:

“…Tengo que dejar de buscar más explicaciones de las que hay porque voy a volverme loco. Que él ya no me quiere. Y empezar a vivir con esa nueva realidad. Intentando dejar de lado la pena y retomar la vida que había dejado aparcada por él. Y es así. Mi gran fallo ha sido ése, vivir en función de él. Por y para él, hasta olvidarme incluso de mi.
No te he querido decir nada antes porque sé que tú y Yuli estáis en un momento precioso preparando la boda y no quería, de alguna manera, enturbiarlo. Pero lo que sí te digo es que es real que hay que vivir con esa posibilidad de que un día se pueda terminar. Eso tampoco significa que haya que desconfiar y dejar de creer en el “amor para siempre”. Yo lo creía y, si me apuras, lo sigo creyendo y aunque sepa que no debo pensarlo y que no me va a hacer ningún bien aferrarme a ello, guardo cierta esperanza de que algún día se “dé cuenta” y vuelva conmigo.
Solo te digo eso, que no dejes de darle muchos besos, abrazos, mimos y que no dejes de decirle palabras bonitas a Yuli, y que él tampoco deje de hacerlo contigo. Además de los polvos brutales que podáis echar nunca perdáis esas cosas, porque Juanjo y yo llevábamos días sin ni un beso ni un abrazo, y aunque a veces los subestimemos son mucho más importantes y necesarios de lo que creemos.
Por eso, más que nunca, te mando un besazo muy muy fuerte y te doy las gracias por, como siempre, estar ahí a pesar de los kilómetros. Te quiero”.

Ya en el aire y aún con los oídos taponados empezaron los primeros bombardeos publicitarios que hacían quedar de insidiosas y repetitivas a las pobres azafatas que ninguna culpa tenían de acabar paseándose por los pasillos del avión como monos de feria con papeletas a un euro para un sorteo de mil en la mano. Eso al principio, porque en la siguiente ronda se ofrecía la ganga de adquirir dos a mitad de precio. Dos por un euro. Para un sorteo de mil euros. Rasque y gane. Me reí acordándome de cuando Juanjo se dedicaba a buscar grupos de facebook para señalarlos con un me gusta con su correspondiente manita con el dedo hacia arriba. Recordé ése que tan al caso venía ahora: “A las azafatas de Ryanair solo les falta ponerse a vender romero”.
Todo me seguía rememorando a él. A momentos vividos con él, reproducidos en mi cabeza fotograma a fotograma.
Ese último recuerdo me hizo coger el móvil como por instinto y encenderlo. Habían avisado de apagar todos los aparatos eléctricos pero parece ser que solo durante el despegue porque ya después la gente empezó a encender sus dispositivos. Qué cateto me siento a veces. Aunque sí sabía que no tendría conexión. Podría mirar el historial y ver mi facebook para leer los últimos comentarios que me habían dejado sobre la última publicación de mi blog y que en el aeropuerto no me había dado tiempo. La mayoría me preguntaban que por qué había dejado de escribir, que querían seguir leyendo la historia y que por favor la continuara.
Era verdad, había perdido hasta esa ilusión. Tampoco sabía qué iba a hacer con la matrícula de la Universidad. La narración ya había contado toda la parte de Daraquiel y ahora iba a empezar contando mi estancia e intento de resistencia en Barcelona. “Día 1: Dispuesto a comerme Barcelona antes de que ella me coma a mi”. Así empecé. Qué final tan distinto al previsto. La ciudad no solo me había comido. Me había devorado rebañándome hasta dejarme en los huesos. Literalmente, porque me estaba quedando como un esqueleto humano, “hecho un suspirito”, con tanto ajetreo.
Quizá fuera el mal de ojo augurado por la santera de La Isleta del Moro. Mal de ojo que confiaba que Paz hubiera salvado con el conjuro, porque aunque no terminamos bien el viaje sí que me llamó para contarme que se iba a ir a Argentina con Óscar, el mimo de La Rambla. Sin muchos detalles, solo me dijo que se iba sin un plan claro, con el dinero que él le iba a dejar y sin saber si volvería o no, en lo que se resolvía lo del juicio con su hermanastra.
La tripulación seguía a lo suyo. Ahora con el carrito de bebidas y snacks. Pensé en pedirme algo porque tenía la boca seca pero deseché la idea en cuanto miré la carta de precios. Pero es que tenía sed. Por una vez... Joder, pero dos cincuenta por la mitad de una lata de refresco es mucha tela.
Iba a ser verdad lo que siempre me decía Juanjo de que le daba más vueltas de lo necesario a las cosas. Como cuando antes de irme de Barcelona le pedí por favor que me dijera que qué era lo que yo le había aportado como pareja. Qué era lo que más valoraba de mi o que cómo me definiría. Con cara de “menuda pregunta”, me dijo:
-Pues… No sé… Eres una persona muy trabajadora, de objetivos claros… Tienes buen cuerpo y follas bien.
Todavía no sabía si tomarme esa respuesta que terminaba ahí como un halago, una ofensa o una dudosa comparación con François Sagat, Martin Mazza, Brent Everett o cualquier otro de las porn star gay de las películas que él tanto admiraba.
Empezaron de nuevo los avisos por los altavoces. Aterrizábamos. La ventanilla regalaba la vista aérea de la ciudad. Solo creí distinguir el que debía ser el famoso StadPark con el lago Alster.





           

3 comentarios:

  1. A eso sabemos jugar todos... Queda mucho? y Ahora? Queda mucho? Y ahora? Queda mucho...?

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  2. Ya¿? ya¿? ya¿? Te estoy dando muuuuuuuuucho tiempo!! que no paro de entrar a ver si lo has puesto!!

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