sábado, 14 de enero de 2012

CAPÍTULO VII (1ª parte): Las distintas tonalidades del gris.

 

VII

LAS DISTINTAS TONALIDADES DEL GRIS

 

         1ª parte.

            Me acosté dándole vueltas al tema de los ancestros brujeriles de mi jefa. Sólo podía llegar a la conclusión que se debe llegar siempre en estos casos. Ni lo negro es tan negro ni lo blanco tan blanco como lo pintan, hay infinidad de tonalidades de grises.
            Paz, por supuesto, había estado encantada de escuchar la historia de la bruja Justina Negrete y, para ella, mi jefa, sin lugar a dudas, habría heredado las actitudes demoníacas de su estirpe. Ya se había formado su propia película. Y es que los datos eran jugosos no para un filme, sino para una semana completa de sobremesas de antena 3. Pero siendo racional y objetivo, había que saber analizarlos, por muy documentados históricamente que estuvieran.
Sin poner en duda la investigación de Antonio el archivero, había que saber entender la mentalidad de la época y no sacar conclusiones precipitadas. Y el hecho de que la jefa le hubiera impedido su publicación era por simple temor a que su imagen pública, ya de por sí perjudicada, no se viera salpicada de más rumores y conjeturas en el pueblo.
Justina, la mujer, estaría ya mayor, después de cinco partos y perder a tres de sus hijos (que fueran los tres varones se podía justificar por una cruel casualidad del alto índice de mortandad de la época, igual que el hecho de que quedara viuda), tendría las facultades mentales mermadas y le dio por pasearse en pelotas por los alrededores del cementerio con una vela y una vasija como le podría haber dado por cualquier otra cosa. Y que escondiera libros e imágenes “obscenas” en una cueva debajo de su casa explicaba el rechazo social que sufría por ser una adelantada de su época: una mujer con inquietudes intelectuales, transgresora, que no estaba dispuesta a aborregarse como el resto de vecinas. Vecinas, por cierto, envidiosas de todas sus tierras que decidieron optar por el camino más fácil para quitársela de en medio: acusarla de bruja.
Lo que decía. Lo negro ahora parecía más blanco.
Así, es posible que mi jefa no fuera la única mala del telefilm y que mi blanca bandera de lucha por los derechos laborales pudiera ennegrecerse al confesar el hecho de haberme aprovechado, en cierta manera, de la nueva situación política del pueblo. A lo mejor yo había sido el detonante para emprender una particular caza de brujas contra ella. Una nueva corporación política que actuaba de inmisericorde Tribunal inquisitorial, aplicando un castigo quizá desmesurado. Como dice el refrán de MariCruces, no hay pueblo sin brujas. En plural. Y quien para mi había sido la concejala justa y salvadora podía ser otra bruja. Una bruja vecina sedienta de venganza. Al fin y al cabo, yo poco sabía de los enfrentamientos personales que había entre los habitantes de Daraquiel.
Mis problemas con la jefa empezaron hace tres meses. Antes hasta se podía decir que era uno de sus trabajadores “preferidos” si tenemos en cuenta los halagos en que se deshacía (aunque nunca me los dijera a mi personalmente) no sólo para aprobar, sino también secundar (usando a Leo de intermediario), las iniciativas y proyectos que yo proponía para la biblioteca. La nueva ordenación de las películas fue una “fantástica idea”, la sección de novedades y recomendaciones “genial”. Y la selección de películas y libros sobre cine español que preparé aprovechando que trajo una exposición fotográfica sobre el tema le gustó tanto que decidió convertirlo en una práctica trimestral –cada vez con diferente temática– para que fuera “nuestro nuevo sello de identidad frente a las bibliotecas del resto de pueblos de la provincia” (no entraré a valorar la incomprensible rivalidad que se traía con las directoras de las demás bibliotecas). Una muy buena idea con la que ella podía seguir saliendo en la prensa local luciendo palmito y peinado anunciando todas las actividades que se hacían desde la biblioteca, pero que a Amira y a mi nos costaba el triple de esfuerzo y de tiempo.
Todo iba bien porque yo no abría la boca más que para acatar sus órdenes y para que Amira y yo sacáramos adelante nuestro trabajo y también el de Leo, a veces incluso teniéndonoslo que llevar a casa porque muchos días, con tanta afluencia de gente como tenemos, era imposible hacer los recuentos de prestatarios, las búsquedas bibliográficas para las adquisiciones, el envío de cartas a los usuarios con devoluciones retrasadas y tantas otras tareas que se suponían competencia del técnico, o sea, de Leo, y no nuestras; pero que hacíamos por un sentimiento de compañerismo que perdimos cuando descubrimos que el motivo por el que no cumplía sus tareas no era la “falta” sino la “pérdida” de tiempo, porque la prensa deportiva y todos los juegos de ordenador de la biblioteca bien que los llevaba al día.
La situación cambió cuando volví de las vacaciones, en octubre, después de haber estado en Barcelona, haberme matriculado en la Universidad, haber revisado nuestro convenio laboral y haber planificado viajar allí, estudiando concienzudamente las combinaciones de tren más factibles y económicas, cada dos semanas pidiéndome los viernes de asuntos propios para poder asistir a las clases y sobrevivir a una relación a distancia (aunque no era la primera vez que Juanjo y yo vivíamos en lugares separados). Lo que era una simple solicitud de derechos que se supone me correspondían para ella fue “un cambio de actitud desde que los sindicatos me comieron la cabeza”. Y a partir de ahí, curso de formación que me concedían, curso que me denegaba; día de asuntos propios que quería, día que no me podía dar. Tenía el infalible e irrebatible comodín de “las necesidades del servicio”, que alegaba cada vez que me devolvía las instancias rechazadas.
Así que después de perder dos cursos, las dos primeras sesiones presenciales de la universidad, con el consiguiente riesgo de que me anularan el derecho a examen, y estar más de un mes sin poder ver a Juanjo ni a Dante, decidí poner fin a la vía del diálogo y las buenas maneras y me fui directamente al Ayuntamiento a intentar hablar con la nueva concejala de personal, que era también la portavoz del recién estrenado equipo de gobierno. Al parecer, su enemistad con la jefa era vox pópuli y aunque yo desconocía el motivo y el calibre de su enfrentamiento, supongo que, interiormente, esperaba beneficiarme de él.



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